|𝗟𝗔 𝗙𝗜𝗘𝗦𝗧𝗔| 🦋

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|Nea|

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|Nea|

¿Una fiesta? Si me hubiesen dicho meses atrás que yo iba a ir a una fiesta, probablemente me habría reído con incredulidad. Jamás antes había ido a una que no fuesen las famosas fiestas del pueblo de mis abuelos, esas de las que tantas veces había hablado ya. Sin embargo, si nos poníamos puntillosos, en realidad no iba a nada más que un cumpleaños. No era una fiesta como tal, solo la celebración de un año más de vida de Irene, la rubia, guapa y alta amiga de Jake.

El mero detalle de que fuese el cumpleaños de ella y no del de otro de los amigos de Jake, me ponía algo nerviosa, el doble. Irene y yo no habíamos hablado nunca a solas más de dos palabras, a lo mucho. Ahí era donde entraba mi gran duda: ¿Por qué me había invitado?

¿Y por qué yo había decidido invitar a Margi con total descaro? Porque buscaba sentirme segura, buscaba familiaridad en aquel evento. Que también cabía la posibilidad de que me equivocara al hacerlo porque me estaba poniendo de los nervios. No dejaba de repetirme una y otra vez lo alucinante que iba a ser esa fiesta, me desmoronó todo el armario y el cuarto, sí, invadió mi pequeño espacio donde encontraba paz y orden. Por no hablar de que no dejaba de hablar por los codos, aumentando mis inquietudes, aturdiéndome.

"Va a ser genial" "Es alucinante" "¡Qué pasada!" Esas eran unas de las muchas cosas que soltaba ese papagayo pelirrojo usurpador de habitaciones. ¿Cómo iba a saber ella que era alucinante si ni siquiera habíamos salido de casa aún?

"Tengo muy altas las expectativas, es Irene Lequio, su fiesta tiene que ser una pasada. Sí o sí" Esa fue la justificación que me dio cuando le pregunté a qué se debía esa tanda de halagos por algo desconocido.

Podía ser que sus suposiciones fueran ciertas y esa fiesta de cumpleaños fuese la bomba de las bombas, o tal vez no. Yo prefería no crear ninguna expectativa para ir algo más calmada. Estaba ya acostumbrada a no subir al podium a lo desconocido, así el golpe era menos doloroso, si es que me lo daba. Todo lo contrario a lo que Margi hacía...

—Es demasiado rojo —se quejó frente al espejo—. ¡Arg!

Pataleó en el suelo, generando un taconeo con esos zapatos de tacón de color negro. Me revolví por el ruido, acomodándome de nuevo en el colchón. Desvié mis ojos del bonito techo de mi cuarto a su cuerpo.

—Lo siento por no contar con un vestido rojo grosella en mi armario, aunque lo veo igual que ese granate —evalué la prenda de ropa que tan bien le quedaba.

—Cómo te atreves a decir que este vestido —sujetó el bajo de este—, es de color granate. ¡Por Dios, Nea!

Rodé los ojos y solté un gran suspiro.

La mayor preocupación de Margi era encontrar el rojo perfecto para que no la hiciese ver ni poco ni demasiado pelirroja. Le aconsejé que eligiera otro color con el que se fuese a sentir cómoda, pero lo descartó enseguida. Ella quería ir de rojo y eso lo tenía más que claro. Lo que yo no tenía tan claro era si ella tenía alguna parte felina en su interior como su gato Lolo. O si era yo la daltónica que no lograba diferenciar dos colores exactamente iguales.

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