|𝗘𝗦𝗧𝗥𝗘𝗟𝗟𝗔𝗦| 🦋

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|Nea|

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|Nea|

No sabía definir dónde me sentí más incómoda, si en la cena con los padres de Jake cuando llegaron del trabajo o a solas con él en el balcón de su cuarto. Seguía mostrando esa actitud extraña hacia mi persona. A duras penas hablábamos si no era porque yo sacaba un tema. Sospeché que el motivo de su extraño silencio tuviese algo que ver con la llegada de sus padres, visto que tanta inquina les tenía a ambos. Pero algo me decía que no, que me equivocaba. Era yo la única responsable de que se comportase así conmigo. ¿Quién sino?

Sin embargo, todo cambió cuando se metió a dar una ducha. Tal vez era cierto eso que decían sobre que una buena ducha curaba todo. Porque el Jake callado salió del agua siendo el mismo papagayo cómico de siempre.

—Te he dejado toallas y ropa limpia dentro —señaló la puerta del baño por encima de su hombro, usando su pulgar.

Solo una toalla cubría su desnudo y mojado cuerpo. Jamás imaginé que su cuerpo fuese de esa manera, me lo imaginaba delgado como sus brazos. Pero no, me equivocaba. Y tanto que me equivocaba. Mi mandíbula se desencajó al ver lo que esa ropa holgada escondía; un torso tonificado, muy tonificado. Ya sabía a quién llamar cada vez que quisiese queso en mis macarrones.

Las gotas de agua resbalaban desde su cuello hasta su pecho, esquivando los abdominales hasta aterrizar en el borde de la toalla, donde desaparecían entre la tela. Igual que cuando llovía, solía jugar a hacer carreras con las gotas, iba a dejar de hacerlas en cristales, jugar en su torso era bastante mejor.

Se veía tan atractivo, atrapante y sexi, que me perdí por largos segundos en su aspecto. Su rubio y teñido cabello mojado, siendo secado por la toalla que se pasaba por él, sus cejas más oscuras a raíz del agua que las cubría, y sus pestañas más de lo mismo, abriendo su mirada, haciendo ver a sus ojos de mayor tamaño del que normalmente eran.

—¿Nea? —enarcó una ceja— Te estoy hablando.

En su rostro, aparte de toda esa belleza por la ducha, había una sonrisilla de boca cerrada. Yo sequé, metafóricamente, la baba de la mía para responderle. Me había quedado atontada mirándole.

—Oh, sí, claro, ya voy. Estaba pensando, no mirándote, o sea sí que te miraba, pero no pensaba en... —se me escapó un gallo—. Te miraba por acto reflejo no por... ¡Que oye!, no estás mal, nada mal.

Mi voz temblaba como lo hicieron mis piernas al abandonar la cama, las manos me sudaban y hasta las pestañas sufrían un terremoto de nervios.

—A ver —resoplé—, quiero decir que no te miraba por nada en especial. Lo hacía porque me has hablado para informarme de lo de la ducha. Y muchas gracias, por cierto. Pero yo...

—Nea —se carcajeó.

—Estás bueno y eso, no me he fijado mucho —mentí—, te lo digo por si te interesa saberlo. Que quizás ya lo sabías y no te importa nada de lo que estoy vomitando. ¿Vas a pararme?

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐏𝐎𝐒𝐀 ✔ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora