|𝗣𝗥𝗢𝗛𝗜𝗕𝗜𝗗𝗢| 🦋

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|Jake|

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|Jake|

No nos molestamos en perder el tiempo desayunando en casa, encerrados. No. A ella se le ocurrió una mejor idea; ir desayunando por las escaleras del portal a medida que las bajábamos. En un primer momento, cuando lo planteó, acepté, lo que no sabía es que iba a morirse ahogada por culpa de su idea. Casi.

Cogimos gofres que el servicio había hecho, ella los llevaba atrapados entre sus diminutas manos, yo me encargaba de llevar las botellas de zumo y los sándwiches. Salimos por la puerta, ilusionados, uno más que otra. O sea yo.

—¿Dónde quieres ir? —me preguntó mientras mordía un gofre.

Me paré a pensar una respuesta, pero no literalmente, mis pies seguían bajando los escalones a toda prisa. El reloj siempre jugaba en mi contra y mis horas de libertad se me hacían minutos. No tuve que reflexionar mucho, así que no perdí más que diez segundos de mi libertad.

—Te voy a enseñar un sitio, mi rincón, pero promete que no se lo enseñarás a nadie —pedí—, ¿trato?

Una tos se ganó mi atención, volteé mi cabeza para encontrarme a Nea con la cara roja como un tomate, sujetando su garganta y tosiendo como una posesa.

—¡Pero, Nea!

Le entregué la botella en la que habíamos echado zumo tropical. Ella se la llevó a los labios y le pegó un gran trago que pareció calmar su malestar. Respiraba lentamente, o eso intentaba, su pecho delataba su mala respiración, moviéndose de arriba a abajo sin ningún tipo de control.

—Nea, joder, que te me mueres antes de irnos —añadí con un eje de diversión.

—Lo siento, no sé hablar mientras como. —volvió a toser.

—Podrías haberme avisado —palmeé su espalda para que respirase mejor. Nunca entendí ese gesto. Siempre, pero siempre, cuando alguien se ahogaba, el instinto de todos era golpear su espalda como si un golpe fuese a calmar el ahogamiento del otro. Quizás funcionaba, quizás era otra estupidez de los humanos.

—Ya estoy bien —aclaró su garganta—. Prometo no enseñárselo a nadie —la miré, confundido—, el lugar...

—Ah, vale.

—Trato —me ofreció su meñique.

—¿Qué quieres? —cogí su fino dedo y le di un suave beso— ¿Ya?

—No, idiota, déjalo —golpeó su frente y siguió bajando los pocos escalones que nos quedaban para llegar a la puerta del portal.

—No, dime —pregunté con curiosidad.

—Eso se hace cuando haces un trato —abrió la puerta del portal para que saliera yo primero, se lo agradecí con una media sonrisa.

—¿Besar el meñique al otro? Te lo acabas de inventar, Atenea.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐏𝐎𝐒𝐀 ✔ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora