|𝗧𝗨 𝗢𝗟𝗢𝗥| 🦋

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|Jake |

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|Jake |

Inmóvil miraba el rostro de Nea. Su respiración era serena. Sus ojos estaban cerrados, su mejilla apoyada con ligereza en lo alto de mi pecho, su manita colocada encima de mi ombligo. Tenía el cabello recogido en una floja y baja coleta, las cejas relajadas sin estar fruncidas como solían estar todo el día. Y sus labios... ¡Ay, sus labios! Estaban cerrados, pero no del todo. Dejaban escapar algo de aire entre el pequeño hueco que formaban ambos.

Durante el día le costaba mantenerlos sellados. Era un papagayo que no tenía fin, podía hablar durante horas sin parar. Era curioso que se encontrase tan callada cuando media hora antes me estaba destripando más capítulos de Anatomía de Grey. Aún recordaba todas las anotaciones y curiosidades de la serie que la tenía loca, en todos los sentidos. También recordaba cuáles fueron las últimas palabras que me susurró antes de dormirse:

"Me dan miedo los truenos y los relámpagos" —pronunció con los labios fruncidos, mintiéndome con total descaro. Le respondí con una carcajada, a sabiendas de que quería mentir con tal de acabar abrazada a mí. Después me miró con sus ojitos de corderito, marrones como el otoño, brillosos, suplicantes. ¿Acaso no sabía que yo la abrazaba con todo el gusto del mundo, sin súplicas?

"Los truenos son los pedos que se tiran las nubes y los relámpagos son consecuencia de las fotos que te están echando esas masas esponjosas que tanto nos gusta observar" —respondí— "Eres tan bonita que ni ellas pueden resistirse a fotografiarte".

Mis palabras causaron tanta risa como vergüenza en ella. Se puso roja como un tomate por ambas cosas y terminó riendo conmigo por lo absurdas y especiales que fueron aquellas invenciones sobre las nubes. Gracias a eso me gané un beso. Y otro.

Más tarde, cuando terminó de darme regalos en forma de besos, la arropé como me pedían esos ojos. Si supiera que el aterrorizado era yo por todo lo que me hacía sentir con solo apoyarse en mi pecho...

Ay.

Explosiones y onda de choques me hicieron volver al presente, donde los truenos y los relámpagos seguían llenando el exterior. Creaban un ruido tremendo, iluminando la oscura y profunda noche. No había dejado de tronar desde horas atrás, tampoco de llover a mares. Parecía que el mundo iba a acabarse ahí mismo, desde que rompió aquella tormenta en mitad del atardecer. Entre tantos relámpagos y agua parecía que estábamos viviendo el mismísimo apocalipsis.

A mí me fue de perlas aquello horas antes. Olga y Luis cedieron ante las súplicas de Nea porque me dejaran quedarme a dormir, ya que las carreteras eran peligrosas. Llamaron a mis padres, y estos, que no estaban al tanto de mis escapadas a casa de Nea, accedieron. Yo sabía que al volver me iba a caer una muy grande, sin embargo, no me preocupaba en absoluto recibirla. Habría merecido la pena. Totalmente.

Hasta ahí todo bien, todo correcto.

El único inconveniente, por llamarlo de alguna manera, era que Margi dormía a mi espalda, concretamente abrazada a mi pierna. Para ella también había peligro en volver a casa. Estábamos en las mismas condiciones, así que no nos quedó de otra que compartir la cama de Nea los tres. Por suerte era lo suficientemente grande como para mantenerme cerca de Nea y algo lejos de ella. El problema llegó cuando la pelirroja expresó que necesitaba dormir abrazada a su gato Lolo. Y en su lógica idiota y aplastante, le pareció que mi pierna se asemejaba lo suficiente como para sustituir a esa peluda y rebelde mascota. ¿Es que mis piernas eran más peludas de lo que creía? ¿Acaso abrazarlas se comparaba con mimar a un gato? Pues sí. Para ella sí.

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