|𝗔𝗡𝗧𝗛𝗢𝗡𝗬| 🦋

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|Jake|

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|Jake|

Necesitaba aire puro que entrara a mis pulmones y rebajara la presión de mi cerebro. La terapia no me había funcionado aquel día, no me sentía bien anímicamente. Esa pequeña crisis que tuve, y que compartí con Olga, provocó que en mis dos horas con ella solo recordase malos momentos del pasado. Entre ellos mis autolesiones.

Por no hablar de lo preocupado que me dejó el tema de Nea. Incluso estaba atento a la cara máquina que me regaló, lo hacía por si, de un momento a otro, su nombre aparecía en la pantalla para encender mis alarmas internas. No quería que sus heridas volviesen a abrirse, tanto las físicas como las internas.

Suspiré e intenté no perder los nervios. Estaba en la calle, al aire libre, rodeado de las casas vecinas a la de Nea. Su barrio residencial era tranquilo, nada de alboroto, ni ladridos de perro, ni molestas luces de semáforos o esos dos ruidos tan odiados por mí; el claxon de los coches y las voces de la gente. No había nada de eso, y era realmente tranquilizador y satisfactorio.

—Has tardado más de lo que creía. ¿Te encuentras bien?

No me sorprendió la preocupación de mi madre, solía tardar menos en llegar a casa después de la terapia. Todo fue culpa del barrio de Nea, era demasiado tranquilo, y no quería librarme tan rápido de la paz que me brindaba.

—Estaba dando un paseo —justifiqué.

—¿Estás bien? —repitió.

—Sí —mentí. Siempre mentía cuando me hacían esa pregunta, como mucha gente.

Me miró con desconfianza. Se me olvidaba que aparte de ser psicóloga, era mi madre. Y me conocía y analizaba a la perfección.

—¿Puedes venir? —palmeó el sofá para que tomase asiento a su lado—. Quiero hablar contigo, cielo.

Guardé un resoplo en mi interior, no lo expulsé para evitar oír su regañina sobre mi mal humor o mi descortesía hacia ella. Por ello decidí sentarme cerca de ella.

Sostenía una copa de vino blanco entre sus dedos y localicé un par de ficheros en la mesa; estaba trabajando. Apoyó su codo sobre el respaldo del sofá y me miró con esa mirada que tan poco me gustaba. Me estaba evaluando como a un paciente, me incomodaba. Bastante.

—Deja de hacer eso, ¿sí? —reprendí—. Me molesta.

—Lo siento, lo siento —parpadeó y se aclaró la garganta—. Me sale solo, cariño.

Rodé mis ojos y expulsé ese suspiro que guardaba en mis adentros.

—De qué quieres hablar —la miré fijamente.

—De nuestras cosas —empleó ese tono amigable que nada que ver entre madre e hijo o padre e hijo.

—¿Qué cosas? —puse una mueca de desagrado.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐏𝐎𝐒𝐀 ✔ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora