|𝗖𝗛𝗟𝗢𝗘| 🦋

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|Nea|

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|Nea|

Margi siempre decía que las cosas con ayuda salían mejor, se disfrutaban más y se terminaban antes. Eso era relativo, sobre todo si se hablaba de una terapia. Cada hora que pasaba con mi psicóloga Nuria, me hacía sentir algo extraña conmigo misma. Me paraba a pensar en lo curioso que era el hecho de que se normalizara el ir a una consulta a contarle mis problemas mentales, y no mentales, a una persona desconocida. Como si ella fuese a encontrarles solución cuando ni yo misma era capaz de hacerlo. Sin embargo, misteriosamente, funcionaba. Y eso era lo que más rara me hacía sentir y lo que más dudas formulaba a mi cabeza.

¿Por qué la gente podía solucionar mis debates internos y yo no? ¿Por qué necesitaba ayuda para poder salir del pozo? ¿Por qué me molestaba tanto tener que recibir esa ayuda? ¿Y por qué me sentía mejor y a la vez mal al recibirla?

—¿Qué tal? —mi madre me dedicó una animada sonrisa que no logré devolverle.

—Bien. Supongo —me encogí de hombros. No sabía calificar la hora de charla con la casi desconocida a la que tenía que visitar cada día por la tarde.

—¿De qué habéis hablado?

—Jake —admití sin tapujos—. Y sobre papá.

—¿Ah sí? —se hizo la sorprendida. Ambas sabíamos que mis terapias, las pocas que llevaba, se basaban en hablar sobre mi infancia, mis padres y mis escasas, por no decir inexistentes, amistades. Con la mención especial de Jake al cual no conseguía encajar en ninguno de los dos últimos ámbitos porque podía pertenecer a ambos sin problema alguno.

—Sí.

—¿Y...? —intentó sonsacar algo como en cada una de las veces que iba a recogerme a la consulta.

—Y nada. Todo bien.

Sus ojos se desviaron del semáforo en rojo para centrarlos en los míos. Había llorado, ella lo averiguó al notar la rojez bajo mis ojos y en mi nariz. Pero no era ninguna novedad, lloraba a todas horas, estuviese con una psicóloga o no.

—Estoy segura de que Nuria va a ayudarte, es buena en su trabajo —la miré y abrió sus ojos más de lo normal—. Por lo que he oído, claro. No la conozco de nada.

Acepté ir a terapia con la condición de que el especialista que fuese a tratarme no fuese amigo o conocido de mi madre. No confiaba en que guardaran el secreto profesional de mis desdichas, por mucho que lo asegurasen.

—Mmm —levanté mis cejas con desinterés.

Mi atención fue otorgada a lo que veía en la mojada ventanilla. Las gotas de la lluvia caían sobre ella, algunas hacían carreras para llegar antes al final del cristal, otras se quedaban estancadas ahí hasta que el aire se las llevaba. Me concentré tanto que olvidé los pequeños detalles de fondo. Mi madre intentaba contarme su día, la radio emitía una antigua canción de un grupo musical que solía escuchar en el pueblo de mis abuelos, aunque, para mí, Morat ya no sonaba tan bien como solía hacerlo en esas divertidas e irrepetibles noches de verano en el pueblo, sonaban distintos.

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