|𝗕𝗢𝗪𝗟𝗜𝗡𝗚| 🦋

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|Nea|

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|Nea|

Diez minutos caminando, un tren de veinte minutos y otros cinco minutos caminando desde la estación de Chamartín hasta la calle cerrada donde se hallaba la bolera. Estaba un poco escondido en realidad y por ello pensaba que iba a ser algo solitario y poco frecuentado, no obstante, me equivocaba.

Me fijé en la fachada donde Margi se estaba sacando fotos echas por su hermano. Esta era de ladrillos de un tono grisáceo agradable a la vista. En ella, había dibujado el nombre de esta; Bowling Chamartín, en letras blancas con bordes negros. Pero lo que más se ganaba mi atención y la de todos, era el bonito graffiti en el que estaban encerradas esas palabras junto a la fecha en la que se abrió por primera ver el local; 1979. Era un dibujo elaborado y llamativo. Parecía que un gigante había dado un puñetazo en la pared, rompiendo esta, y que alguien había aprovechado para partirla. De ella salían una especie de colas de dragones de distintos colores; naranjas, verdes y azules.

Todo el mundo quería echarse fotos allí como Margi. Se iban turnando para hacerlas, eso me impidió acercarme ante la petición de la pelirroja. Todos los presentes contemplaban a la persona que se ponía frente al dibujo en la pared y no despegaban la vista hasta que terminaban con su sesión. Así que preferí seguir observando y detallando el lugar.

La entrada era una puerta cristalina bajo un medio arco que también formaba parte de la fachada. Y a través de los cristales se podía ver parte del interior, pero yo, desde mi posición, no lograba verlo. Seguía aguardando a que terminase Margi de posar frente al iPhone de Kevin. Mientras tanto, yo evitaba agobiarme por la cantidad de gente que nos acompañaba. Y eso que aún no habíamos ni entrado.

Boo —susurró alguien en mi oreja. Me estremecí sintiendo un cosquilleo recorrer mi espina dorsal.

—Jake —casi que grité.

Al verle, mi corazón comenzó a palpitar y mi estómago a burbujear con intensidad. Sus ojos me observaban con fulgor como seguramente lo estarían haciendo los míos con él. Eso no hizo más que incrementar el nivel de mis emociones.

Se notaba a leguas lo mucho que me alegré y sorprendí al encontrarle ahí. Él también parecía estar igual de sorprendido que yo, ninguno esperábamos encontrarnos ese día y mucho menos en ese lugar. A mí por lo menos me iba a ser más amena la tarde con su compañía. De hecho, ya lo fue, su presencia logró que se esfumasen de mi interior los nervios y la angustia que me causaba la gente que nos rodeaba.

—Te diría que qué bonita casualidad, pero no creo en esas cosas —esbozó una sonrisa de oreja a oreja que imité.

Yo tampoco creía en ellas.

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