|𝗠𝗜 𝗘𝗫𝗖𝗘𝗣𝗖𝗜Ó𝗡| 🦋

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|Jake|

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|Jake|

Siempre había tenido una idea sobre los gestos y las demostraciones. Para mí, la base de mis fundamentos al demostrar algo era la siguiente; Hay cosas que al explicarlas o pedirlas, pierden su total significado.

Por eso mis miradas con Nea me parecían algo único, algo que cumplía con esas bases. Eran tan naturales, esporádicas y significativas, que me cortaban la respiración. No teníamos que pedirnos nada, nos dábamos todo con los ojos. Una clara declaración de ambos.

¿Acaso se podía hacer una declaración con los ojos? Averigüé que sí que era posible. Nea y yo nos declarábamos muchas cosas mediante esa vía.

Y no solo lo sospechaba, lo confirmaba. Ella era más de hablar a modo silencioso que de gritar las cosas a los cuatro vientos. Demasiado arriesgado para atreverse, demasiado tímida para declararse por el aire y no con gestos.

Miré sus almendrados ojos antes de darme la vuelta para seguir mi camino. No tenía prisa por llegar a casa, era de noche, bien tarde. Aun así no tenía ganas de encerrarme entre paredes. Necesitaba aire puro, mi cuerpo y mi ansiedad me lo pedía. Había vuelto la ansiedad al igual que los malos pensamientos. Y era tarde para frenar cualquiera de las dos cosas. Y mira que intentaba y luchaba por hacerlo, pero no lo lograba, mucho menos al separarme de ella.

Nea me sanaba.

Nea era mi medicina.

Era la nueva morfina que me hacía soportar el dolor de la vida.

—¡Espera, Jake! —su voz paró mis pies.

¿Acaso me leía la mente y sabía que la necesitaba en ese momento?

—¿Sí? —me di media vuelta, ya la tenía en frente.

—Olvidas tu chaqueta —la señaló sobre su cuerpo—. ¿Pasas a casa y te la devuelvo?

—Me gustaría que me la devolvieses ahora mismo —contuve la risa al ver su cara—. Es que tengo prisa, ¿sabes?

—Pero no llevo nada debajo —recordó—. Solo tardaré un segundo y... —abrió su boca para gritar— ¡Eres un pervertido!

Reí a carcajada limpia al percibir los nervios que mis palabras le causaron.

—Hasta pronto, Atenea —me incliné para besar su colorada mejilla.

—¿No-No la quieres? —preguntó a mi espalda con titubeos.

—A ti te queda mucho mejor, aunque me moría de ganas por ver lo que había debajo.

La curiosidad me podía. Necesitaba ver su cara. No me resistí, miré por encima de mi hombro derecho. La encontré roja como un tomate y nerviosa como nunca antes. Olvidó caminar al parecer, ya que no se movió del sitio. La guiñé un ojo y eso terminó por desestabilizarla, salió a correr hacia su patio con mi risa de fondo.

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