|𝗩𝗢𝗟𝗔𝗥| 🦋

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|Jake|

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|Jake|

Dormida se había quedado, apoyada en el hueco que separaba mi pecho de mi hombro derecho, aplastando mi clavícula con parte de su cabeza. Su respiración era tranquila, como el movimiento de su pecho, desinflándose y volviéndose a inflar como un pequeño globo. Tan pequeño como lo eran sus dedos, esos que dejó sobre mi sudadera a la que se cernía cuando se revolvía en mitad de su descanso.

La música continuaba llenando mi oído, no me había quitado el auricular con la excusa de no aburrirme en lo que ella se echase esa siesta, aunque la pura realidad era que podía encontrarme de todas las maneras posibles, excepto aburrido. Mirarla mientras dormía era un regalo. Sosiego puro para mí.

Liberé mi tímpano de la voz de Harry Styles. Al parecer Nea era una gran fan de él, ya que habían sonado una quincena de canciones suyas en un corto lapso de tiempo, una seguida de otra, siendo interrumpida por alguna otra de Adele. La melodía era agradable, la voz del cantante estaba bastante bien, pero ninguna canción sonaba igual que esa que me dedicó. Todas dejaron de carecer de sentido para mí al destacar aquella tan significativa.

Suspiré divertido al mirar sus labios, esos que había usado para cantar aquella canción, haciéndola mágica con su suave, dulce y desafinada voz. Cantaba como un gallo resfriado, pero de todas maneras me sonó igual que si un ángel me estuviese susurrando algo al oído. Sonó igual, se sintió mejor.

Estiré mi mano, alcanzando un mechón suelto de su cabello. Jugué con él varios segundos, enredándolo en mi dedo, oliéndolo, porque olía genial, a algo parecido a frutos del bosque. Una carcajada escapó de mi garganta al recordar la cara que puso cuando solté aquello de los espárragos fritos.

Nea creía que su madre y yo éramos estúpidos y que no sabíamos que espiaba mis terapias. Porque las espiaba, y mal. No sólo le robaba y desordenaba la agenda a su madre, sino que también se consideraba invisible. Solía asomar su cabeza por el umbral de la puerta de su salón, pensando que pasaba desapercibida con semejantes ruidos que hacía al abrir las puertas. Y no, no pasaban por alto esos chirridos, tampoco los traspiés o grititos que soltaba al otro lado de la madera.

Tanto Olga como yo aprovechamos toda la situación para reírnos un rato de su querida hija. Yo soltaba frases desmesuradas hacia Nea que eran totalmente inciertas, o también optaba por pedir algunos besos más de los que ya me daba. Olga apuntaba algunas de las frases, incluso añadimos cinco minutos extra a la terapia para inventar muchas otras. Algunas ciertas y otras tantas inventadas con una pizca de malicia con el fin de divertirnos a costa de Nea. Nos hacía gracia. Mucha.

Y si alguien se preguntaba si todo aquello del espionaje me importaba, más bien era todo lo contrario. No me disgustaba en absoluto tenerla como espía, de hecho, me gustaba que se interesara por mi estado mental y que lo hiciera sin invadir del todo mi privacidad. Solía escuchar dos minutos de cada terapia, o algo más, hasta que yo profundizaba y ella me devolvía esa privacidad que necesitaba con una de mis tantas terapeutas, o sea, su madre. La evidencia de que se marchaba no era otra que esos traspiés que daba, los cuales eran excesivamente sonoros cuando chocaba contra alguna que otra pared.

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