Doctor Morgan Toothless 4

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Estaba cansado, era muy tarde y pronto tendría que volver a levantarme para empezar, de una vez por todas, con mi rutina como ayudante de Toothless, por lo que decidí no darle más vueltas al asunto y traté de convencerme de que lo más probable era que Charlie y Andrew hubiesen estado esperando en la entrada con Kimble listo para ser trasladado, o que hubiesen tenido que retrasar la reubicación por algún imprevisto mecánico. Cerré los ojos y me abandoné al sueño cuando sentí que algo no iba bien, no estaba solo en la habitación. Abrí los ojos despacio y comprobé con cierto fastidio y rabia que eran las 03:30.

    Miré alrededor en busca de lo que anduviese mal en el dormitorio (por estúpido que suene, te juro que estaba esperando encontrarme con alguna imagen de pesadilla tal como un payaso circense con una motosierra en una mano, o algo así) y ahogué un bostezo: estaba solo, y la puerta (gracias a Dios) estaba cerrada con llave. ¿Qué había sido esa repentina seguridad de que alguien estaba observándome? No lo sabía.

    Volví a ponerme de lado en la cama (una manía a la hora de dormir, supongo) para abrazarme a la almohada y abandonarme a los brazos de Morfeo cuando lo escuché, tan nítido que llegó a darme miedo: un crujido, un crujido en el suelo.

    Con el corazón en un puño (y latiéndome a mil por hora) abrí los ojos despacio y me moví lentamente, no quería que aquello que estuviese allí se diese cuenta de volvía a estar despierto (creo que he visto demasiadas películas malas como para creer que puedo encararme con un fantasma, o algo así) y revisé la habitación palmo a palmo, entornando los ojos para acostumbrarlos a la escasa luz que se colaba del pasillo. Entonces fue cuando se me encendió la bombilla: aquello había venido del pasillo, era más que evidente.

    – ¿Pero qué hace el pasillo encendido a estas horas, y por qué hay gente en él? – me pregunté luchando por encontrar fuerzas para quitarme la manta de encima (no por miedo, sino por frío) para ir a investigar. – Por dios, ¿ha pasado algo? – me pregunté, aunque había sonado más a convicción que a duda.

    Cuando logré encontrar las fuerzas necesarias para quitarme la manta escuché una voz que hablaba en susurros.

    – ¿Crees que se ha dado cuenta? – preguntó en tono bajo.

    Aquello me detuvo en seco. No me resultaba extraño que el pasillo tuviese luz a esas horas y hubiese gente (como ya he dicho, estaba convencido de que alguien había tenido un accidente), pero sí me chocaba el hecho de que se parasen a discutir frente a mi puerta: podía ver sombras, alargadas, colarse bajo el quicio de la puerta.

    – No creo – replicó una segunda voz. – Hemos esperado bastante rato. Lo más seguro es que se haya dormido en cuanto llegase, ¿no lo viste durante el traslado? – me pareció detectar un tono jocoso – estaba completamente aterrado por todo aquello.

– Puede que se haya quedado dormido – añadió una tercera voz, en discordia con las otras. – Pero tened en cuenta que no es ningún paleto de tres al cuarto, ya ha pasado por otras secciones de este sitio y sabe que esto no es exactamente como se lo describió Crown al contratarlo.

– ¿Y qué sugieres que hagamos? – inquirió la primera voz, un tanto crispada. – ¿Matarlo?

    Aquello, junto a la certeza absoluta de que aquellas voces se habían parado frente a mi puerta para hablar de mí, me heló completamente la sangre. Sentí cómo se me disparaba el corazón (probablemente queriendo huir de mi propio cuerpo al ver que era incapaz de moverme), cómo los pulmones comenzaban a llenarse y vaciarse cada vez a mayor velocidad conforme caía en el ataque de ansiedad. Cerré los ojos una vez más y traté de agudizar el oído todo lo que pudiese: tenía que estar seguro de que no me estaba confundiendo y sacando conclusiones precipitadas, que era lo más probable (iluso de mí).

DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora