Podría parecer que tenía un montón de preguntas en la cabeza: ¿tenía que avisar al resto del personal de las instalaciones? ¿tenía que ayudar a organizar la evacuación? ¿tenía que irme y dejarlo todo, abandonando a todos a su suerte? ¿a dónde tenía que ir ahora?, pero todas esas preguntas no eran más que variaciones y especificaciones de la única pregunta que bailaba realmente sobre mi cabeza, brillando como un cartel de neón que se esforzaba por captar toda la atención de mi lado racional: ¿qué debía hacer?
A dicha pregunta se le sumó otra, pero quedó respondida con más rapidez de la que había surgido: ¿podía fiarme de Crown? Por supuesto que no.
El motivo de dicha desconfianza no venía motivado a las cosas que Bear me había contado sobre el contrato, ni tampoco por los malos roces que había tenido a ráiz de las malas experiencias con los médicos del pasado. Tampoco se debía a que ese hombre hubiese permitido todo lo que has leído hasta ahora.
Mi desconfianza absoluta hacia Crown se debía a la certeza absoluta de que Bernard Crown era un auténtico hijo de puta que no dudaría en vender a cuantos tuviese a su alrededor con la mera intención de ganar tiempo para poder escapar. Dicho de otro modo: nos entregaría personalmente a los pacientes de la isla para que se entretuviesen con nosotros, tal y como haría un perro con un hueso, mientras él buscaba la manera de huir de allí. Y estaba seguro de que a pesar de lo que había reflejado en el contrato, él sí tendría preparado un vehículo de huida para salir de allí en cuanto se sintiese en peligro. Lo que hacía saltar una nueva pregunta a la ristra.
¿Por qué Bernard Crown no se había marchado ya?
No lo sabía, pero no tardaría en averiguarlo.
No me sentía con fuerzas de volver a entrar en la habitación que Alex y yo compartíamos: no era capaz de entrar en esa habitación para enterrar su cuerpo. No podía enterrar a quien debía haber sido mi ángel, por lo que deseché la idea de recoger ropa para el viaje. En lugar de eso, me dirigí directamente hacia la cocina común del segundo piso. Allí había alguno de los médicos de las instalaciones al cargo de Bear, incluyendo a este y a John, que se me quedó mirando en silencio en cuanto me vio aparecer.
Yo tampoco dije ni media palabra. Crucé el comedor sin parar delante de nadie, como si la sala hubiese estado vacía, y me metí directamente en las cocinas. Uno de los miembros del personal se me quedó mirando mientras yo me dirigía hacia la cámara frigorífica, pero no hizo amago de intentar detenerme ni de preguntarme qué creía que estaba haciendo: sólo tuvo que ver la culata del revólver asomando de mi pantalón para decidir que lo que yo hiciese o dejase de hacer allí no era asunto suyo.
Metí cuantas provisiones podía cargar en dos bolsas de basura y volví a salir de la cámara, que era considerablemente grande, y me acerqué a ese mismo hombre antes de volver al comedor. Al ver que me acercaba a él, dejó sobre la tabla de corte el cuchillo de cocina en señal de que no quería problemas, yo le dediqué una sonrisa divertida.
–Si yo fuese tú –le dije en voz baja, tan sólo para él y para mí–, me largaría de aquí lo antes posible.
Sin darle tiempo a que pudiera decirme nada, ya que en parte creía que preferiría mantener la boca cerrada por si acaso: era consciente de que yo debía parecer loco por mi forma de actuar y por el hecho de llevar un arma encima, le di la espalda para abandonar la cocina.
–Yo no estoy en la misma situación que tú –me respondió en voz baja, haciendo que me parase en seco y le mirase por encima del hombro–, a mí no me busca el ángel de alas de sangre. –sentenció cruzándose de brazos y sosteniéndome la mirada.

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Distopía
УжасыDistopía es una sociedad indeseable en sí misma, eso es exactamente lo que sucede en las instalaciones de este centro de investigación: una "sociedad" donde los médicos someten a los pacientes a pruebas invasivas y crueles sin importarles la integri...