Mi viaje al infierno 3

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¿Sigue vivo?

Aquella pregunta no dejaba de resonar en mi cabeza, una y otra vez, perdiéndose en el tiempo en el que me había perdido.

¿Sigue vivo?

Preguntaba, cada poco tiempo, una voz que sonaba demasiado lejana para poder ubicarla.

¿Sigo vivo?

Comencé a preguntarme a mí mismo, en mi distorsionada carrera sin rumbo fijo.

Y después de no sé cuánto tiempo, pues sabía que durante mi inconsciencia el tiempo había perdido todo el sentido, por fin abrí los ojos.

–Sigue vivo. –anunció una voz sin demasiado ánimo. Sonaba a mi izquierda.

Yo intenté ponerle cara a esa voz, pero lo veía todo borroso. Aún no había vuelto del todo. Intenté incorporarme en la cama, y no tardé en notar una mano a mi espalda y otra sobre mi hombro para ayudarme a hacerlo.

–Con cuidado, Tony –indicó la voz de Bear–. Llevas bastante tiempo inconsciente, debes estar desorientado –comentó ayudándome a sentarme al borde de la cama. Cerré los ojos un momento y me pasé una mano por la nuca. Recordé un trozo del sueño del ángel de alas de sangre, y no me extrañó que me doliera horrores–. ¿Cómo te encuentras? –me preguntó examinándome las pupilas, o al menos intentándolo.

–¿Qué es lo que ha pasado? –pregunté mirando a mi alrededor, buscando más gente en la habitación. Buscándolos a ellos. Buscándolo a él. Buscándola a ella.

Estábamos solos.

–Abandonamos la instalación hace unos días –me informó con un largo suspiro–. Cuando tú te marchaste de mi despacho, yo llamé inmediatamente a Crown para contarle la situación y pedirle que nos enviase ayuda lo antes posible –hizo una pequeña pausa–. Si te digo la verdad, esperaba que enviase un par de hombres armados como mucho, pero los envió con un camión para hacer la evacuación lo más pronto posible. Logramos traer parte de los datos de la investigación, pero la mayor parte de la misma se quedó allí –suspiró una vez más, con rabia e impotencia–. Lo hemos perdido todo, Tony. Todo. –me miró a los ojos, parecía al borde del llanto.

A mí en ese momento no me importaba en absoluto la investigación de Thaddeus Bear, sino qué había pasado con el resto del personal y, sobre todo, con Alex.

–Recorriste bastante distancia desde que te marchaste hasta que te encontramos. –me dedicó una sonrisa vacía.

–¿Cómo lograsteis dar conmigo? –conseguí formular la pregunta en voz alta.

–Admito que eso fue bastante raro –carraspeó un tanto incómodo–. Llevábamos una hora y algo de carretera cuando uno de los miembros del personal de cocina ordenó al conductor parar el camión. Para serte sincero, ninguno esperaba que aquél hombre fuese a aceptar las ordenes de un pinche de cocina. Pero la verdad es que lo hizo, y bajamos del camión ya que nos dijo dónde íbamos a encontrarte. Estabas a pocos metros de la entrada de una cueva, quemado y deshidratado...y con el revólver en las manos. Inconsciente y ardiendo en fiebre –bajó el tono de voz y me clavó la mirada–. Necesito que me lo digas, Tony, ¿a quién disparaste?

Le sostuve la mirada durante mucho tiempo, casi como si estuviésemos haciendo un duelo. Podía ver perfectamente el miedo en sus ojos. Miedo de que, por culpa de su arma, alguien hubiese muerto. No habría sido culpa suya, ya que fui yo quien apretó el gatillo, pero sabía que Bear nunca podría dejar de pensar en que el arma, así como la culpa, era suya. Pero, ¿qué podía decirle yo? ¿Cómo iba a poder decirle que me había disparado a mí mismo, que me había intentado suicidar volándome la cabeza pero que, sin embargo, la bala, que se había disparado, se había desvanecido en el aire?

DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora