Doctor Morgan Toothless - 3

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    Permanecí allí dentro, encerrado, dándole vueltas a todo lo que aquél hombre acababa de decirme, sin querer creer en lo que había oído. No podía ser que Toothless tuviese conocimiento de que aquél paciente, Kimble, se autolesionase de una forma tan atroz y que no hubiese tomado cartas en el asunto para remediarlo.

A menos que lo sepa pero no le importe, o haya tirado definitivamente la toalla.

 

    Fue el pensamiento que no me atreví a formular en mi cabeza, pero que llegó a mí de forma inconsciente.

    Me negué a creer algo semejante de alguien como Morgan (estaba plenamente convencido de que él no era como el resto de psicópatas con los que me había tropezado hasta la fecha en este maldito infierno) fuese capaz de obviar su deber como médico hacia sus pacientes, por lo que me miré fijamente al espejo (supongo que intentando buscar un atisbo de fuerza interior que me empujara a actuar) y luego (al no encontrar ni rastro de esa fuerza) me dirigí directamente hacia la puerta del baño para abrirla.

    No llegué a hacerlo, la puerta se abrió antes de que pudiese poner la mano en el pomo. La luz del exterior me dejó momentáneamente aturdido por lo que la silueta que vi en el quicio de la puerta me pareció de pesadilla.

    Era una figura alta y extremadamente delgada, borrosa, que permanecía allí quieta, de pie, observándome fijamente, decidiendo qué hacer conmigo. En ese momento (esto probablemente me restará credibilidad o me hará quedar como un auténtico pirado, pero te juro por dios que fue lo que se me pasó por la cabeza) pensé que estaba delante de un auténtico extraterrestre que de un momento a otro se abalanzaría sobre mí para hacer conmigo todo tipo de experimentos. Aquella escena mental, si bien exagerada e infundada, me aterró lo bastante como para dejarme clavado en el suelo el tiempo suficiente para que la silueta entrase en el baño, cerrando tras de sí.

– ¿Se encuentra bien, Straw? – preguntó una voz baja y suave.

    La silueta cerró la puerta tras su espalda, quitando el exceso de luz que me había cegado durante un momento, dejando a la vista (ya sin sugestiones) al propio Toothless, que me miraba con auténtica preocupación en los ojos.

    Morgan se acercó a mí para comprobar cómo me encontraba pero procurando no tocarme con las manos. Las llevaba cubiertas por dos guantes de látex de color blanco que tenía manchadas con algunas gotas de sangre. Aquello, dada la naturaleza de su profesión, no me preocupó demasiado. Lo que sí me impactó por completo fue lo que llevaba puesto sobre la mano derecha.

    Era como un exoesqueleto de finas varas de acero que se colocaban sobre la mano, como un guante. Bajo el dedo índice la vara de acero (supongo que aquello sería para reforzar el artilugio y facilitar su manejo, ya que tenía la misma movilidad que los propios dedos del dentista) había incrustada una fina hoja de acero afilada que brillaba con un tono siniestro que me aterrorizó por completo; aquello parecía más un instrumento de tortura que cualquier otra cosa.

– Anthony, ¿te encuentras bien? – insistió el médico sin atreverse a tocarme, aunque con ganas de ponerme una mano sobre el hombro para sacarme de mis pesadillas.

    Lo miré fijamente y luego bajé la mirada una vez más hacia la mano derecha de aquél hombre para convencerme a mí mismo de que lo que había visto no había sido más que una ilusión óptica por el terror del momento, pero allí seguía, brillante y ensangrentada, la segunda mano del doctor.

– Es una herramienta de mi propia invención – explicó finalmente Morgan al ver mi desconcierto. – Mejora mucho más el uso del bisturí dentro de la boca del paciente e impide que hayan…accidentes indeseados. ¿Se encuentra bien?

DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora