Doctora Katia Raak

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         Doctora Katia Raak.

Diseccionando la realidad.

 

    Creo que he estado retrasando esta confesión más tiempo de la debida no sólo por la vergüenza de haber participado en unos actos tan horribles como los que presencié, sino porque en cierta medida creo que llegué a enamorarme de maldad personificada y su ayudante, la demencia en cuerpo de mujer. Estoy hablando de la doctora Katia Raak y su ayudante, la enfermera Annya.

    No podría comenzar a hablar de estas dos psicópatas mujeres y su trabajo sin antes mencionarte que daban sentido a la famosa frase “Las cosas hermosas son malvadas”, estas dos lo eran: eran dos mujeres preciosas de ojos que arrebataban el sentido en sentido figurado, y manos que lo hacían en el sentido más liberal de la palabra: Katia Raak era una investigadora molecular con un particular empeño en la vida: comprender qué hacía vivir realmente el cerebro de una persona.

    Llegué de madrugada a su laboratorio, al otro lado de la isla, y nada más llegar me puso a limpiar de inmediato muestras de tejido cerebral que había extraído.

– Los impulsos eléctricos son los que producen la vida en el cerebro y los que provocan todas las reacciones del mismo – me dijo sin mirarme, enfrascada como se encontraba en el microscopio. – Pero, ¿qué produce esa descarga eléctrica? No lo sabemos. Es una vergüenza que en pleno siglo XXI aún desconozcamos el funcionamiento completo del cerebro, pero es así.

– Bueno, eso tampoco es una vergüenza doctora – dije yo mirándola de soslayo. – Tenga en cuenta que el subconsciente humano es imposible de alcanzar pues no tenemos dominio del mismo, y considerando que sólo dominamos un diez por ciento de nuestra capacidad cerebral…yo diría que más que una vergüenza es una falta de interés científico.

– No me refiero a cómo el cerebro cumple sus funciones, pequeño – me dijo con condescendencia, como si estuviese acostumbrada a rodearse de gente que no comprendía sus palabras. – Me refiero a que no sabemos cuándo o cómo empieza a funcionar el cerebro cuando despierta de un período de inactividad consciente tal como el sueño. ¿Qué produce esa chispa eléctrica que arranca los motores? ¿Dónde se encuentra?

– Eso no lo sé. – respondí yo con un sencillo encogimiento de hombros, esperando que ella me aclarase la duda y me dijese qué buscaba exactamente.

– Eso es lo que estamos buscando. – respondió ella antes de sellar los labios.

– No se lo tengas en cuenta – me dijo una vocecilla a mis espaldas. Cuando me giré pude ver a la enfermera. Era alta, blanca de piel y de pelo negro largo. Tenía unos ojos verdes que se te clavaban en el alma y te perdías entre ellos. Y a diferencia de la doctora, que era más fría y seria, ella parecía más fácil de tratar. – Llevamos muchas horas con estas muestras de tejido y el cansancio comienza a pasar factura – me sonrió cómplice. – Tú debes de ser el protegido del doctor Crown, ¿no?

    Aquella palabra, protegido, me molestó bastante. Eché una nueva mirada a la doctora, también de pelo negro pero más morena de piel y de rasgos algo más duros que su enfermera, y luego la volví a mirar.

– Prefiero considerarme el ayudante del doctor Crown, contratado por él debido a mis méritos académicos – expliqué con cierta dureza en la voz. Sin embargo ella se echó a reír. Era una risa frágil, pura, pero ocultaba un secreto realmente terrible, y pronto descubriría cuál era.

– Está bien, está bien – asintió mirándome de soslayo mientras se mordía el labio inferior, divertida. – No te sulfures, gran iluminado – me guiñó un ojo antes de marcharse.

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