Preludio al nuevo infierno

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Como aquella "reunión", si acaso podía considerarse como tal (y no como una pérdida de tiempo) no había servido para nada más que para volver a caldear el ambiente entre el doctor Crown y yo. Él había parecido quedar conforme, al menos en cierta medida, con lo que yo le había contado, rememorando el encontronazo con aquél loco que me arrebató la única cosa preciada que me quedaba en esta maldita isla. Para mí, todo aquello no había servido más que pare hacerme recordar los buenos momentos con Alex, y aunque en un principio me supuso cierto alivio, el dolor no tardó en volver a emerger.

Llegué de nuevo a la superficie y salí del edificio. En ese momento lo último que quería y necesitaba era permanecer en un enorme ataúd de hormigón, acero y cristal. Lo que necesitaba era despejarme, caminar sin sentirme observado, desahogarme a solas.

Lo cual, en este maldito sitio, era totalmente imposible.

Mientras caminaba a solas con mis pensamientos, y eventualmente alguna lágrima rebelde que me ardía en las mejillas, no podía evitar sentirme agobiado. Sentía que me espiaban desde cierta distancia. No estaba seguro de si se trataba del personal médico, de los pacientes fugados o del ángel de alas de sangre, pero no me gustaba.

Me obligué a descartar la presencia de los pacientes fugados diciéndome a mí mismo que sería lo más improbable; pese a lo que Crown me había dicho tras amenazarle con un cuchillo en la garganta (eso de que en realidad le haría un favor matándole), estaba seguro de que no tenía ninguna intención de morir. Era más que evidente que, aun estando fuera del alcance de la vista, hubiera fuertes medidas de seguridad en torno al bloque de laboratorios, secretos y mentiras.

Sobre la posibilidad de que se tratase, entonces, de dichas medidas de seguridad, ya fuesen cámaras o vigilantes, no me causaba prácticamente ninguna emoción. Ni alivio ni nerviosismo. Tan sólo estaban allí, y eso era bueno. Podían matar a los presos fugados, o servir como carne de cañón en caso de que se viesen sorprendidos o sobrepasados.

Restando la opción de la presencia del ángel de alas de sangre, tras el miedo inicial que me golpeaba con fuerza, sobresalía la curiosidad. ¿Por qué tendría que estar acechándome, si quisiera matarme? Era poderoso, realmente poderoso, de eso no me cabía duda. Si existía y no había sido mero producto de mi mente delirante, tenía el poder suficiente como para arrasar la isla con la misma facilidad con la que chasquearía los dedos. Entonces, ¿por qué limitarse a observar en silencio? ¿Estaba jugando conmigo al gato y al ratón o acaso yo no era más que un pasatiempo sin demasiada importancia?

Después de un rato paseándome de un lado para otro, incapaz de atreverme a acercarme a la maleza un poco más densa alrededor del edificio, suspiré profundamente y me obligué a caminar hasta allí.

Sabiendo que o bien estaba loco o era un completo gilipollas al hacerlo.

Se me cortó la respiración cuando, a medida que me acercaba, me percaté de un ruido. Había sonado como una rama partida bajo el peso de una pisada o de un animal, pero en mi cabeza lo percibí más como un hueso al romperse bajo la fuerza suficiente. Como una costilla rota de un mazazo, sólo que en lugar de una maza de acero se había partido en dos por unas manos ensangrentadas que se hubiesen abierto camino a la caja torácica por medio de un bisturí bien afilado que hubiese rebanado piel, sangre y músculo para dejar a la vista el ansiado premio.

Inmediatamente pensé en Kimble y Toothless, con aquellas dentaduras de metal tan aterradoramente afiladas como brillantes.

Aquello hizo que me sacudiera por completo, como si en lugar de una descarga de miedo hubiese recibido una descarga eléctrica, y que se me cayese el estómago a los pies. Sentí ganas de vomitar y de mearme encima por la imagen tan nítida que había tenido de ambos.

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