Doctora Katia Raak - 2.

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No sé cuántas malditas horas pasé limpiando toda la suciedad, mugre y mierda, porque literalmente también había mierda atascando el retrete, de la habitación mientras la doctora y su enfermera se dedicaban en cuerpo y alma a hurgar en la cabeza del pobre diablo que continuaba lloriqueando y tratando de soltarse.

– ¿Tendremos suerte esta vez? – preguntó Annya mirando con mucha atención cómo el instrumental médico se deslizaba por el cerebro del paciente, apartando pliegues de la masa cerebral y cortando algunas muestras de tejido.

– Eso espero, por el bien de todos – respondió la doctora con un ligero tono de cansancio y frustración en la voz mientras continuaba en su eterna búsqueda por algo que yo no lograba comprender del todo.

    Yo estaba cansado, mareado y aturdido por el mal olor del retrete y los potentes limpiadores. No estaba haciendo aquello, que sin duda la doctora y la enfermera debían considerar como denigrante para alguien de mi posición, por miedo a las represalias de aquellas dos locas, aunque admito que tenía cierta preocupación por lo que pudiesen llegar a hacer en caso de enfadarse, sino por considerarlo necesario para la salubridad del pobre diablo al que habían dejado atado a aquella silla reclinable al menos ocho horas seguidas.

    Las miré de medio lado poniéndome en pie mientras trataba de recuperar cierta compostura profesional: no malinterpretes, no me daba vergüenza estar haciendo aquello ni me sentía humillado, pero sabía que las dos mujeres sí lo interpretaban así.

– ¿No sería mejor que lo dejasen estar por hoy? – pregunté acercándome un poco.

– ¿Y no sería mejor que tú continuaras con tu trabajo y luego salieras a darte una ducha? – preguntó Annya haciendo aspavientos con las manos, confirmándome que realmente apestaba tanto como me temía.

    La doctora levantó la vista para mirarme a los ojos, pero sus manos no se habían detenido, lo cual me preocupó bastante.

– No tenemos mucho tiempo antes de que las muestras de este sujeto queden inservibles, mi obtuso compañero – explicó con impaciencia. – Así que tenemos que aprovechar el máximo de tiempo posible para poder estudiar unas muestras en condiciones.

    Ver a la doctora operar sin mirar a lo que estaba haciendo fue algo que me maravilló y me aterrorizó al mismo tiempo. ¿Acaso no se daba cuenta de que si no tenía cuidado acabaría cortando donde no debía?

– Agradecería que prestase atención a lo que está haciendo, doctora Raak – sugerí tratando de usar un tono suave y de respeto. – Puede cometer algún error si no presta atención a lo que…

    Lo que pasó a continuación fue completamente inesperado y de una crudeza aterradora, algo que yo no esperaba y para lo que sin duda no estaba preparado. Aquella maldita mujer levantó el bisturí en el aire y lo clavó en el cerebro como si estuviese apuñalándolo mientras me miraba.

– ¿Por qué? – preguntó con los ojos inyectados en sangre. – ¿Porque puedo matar al paciente? – preguntó apuñalando una vez más el cerebro de aquél pobre hombre que se revolvía en la silla tratando de escapar a la muerte. Entonces Raak esbozó una sonrisa y miró a Annya. – ¿Qué te parece? Parece que soy capaz de mover partes del cuerpo de este desgraciado si toco en las partes adecuadas.

– Eso podría tener grandes aplicaciones – opinó la mujer aplaudiendo de forma rápida mientras sonreía casi infantil, ilusionada como una niña el día de navidad. – Quizá podamos conectar unos electrodos o algo así, y controlar a la gente a distancia. – me miró fijamente y curvó los labios, pintados de rojo intenso, hacia arriba en una sonrisa que pronto se convirtió en una carcajada.

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