Doctor Jeffrey King |6|

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Para cuando pude abrir los ojos, el olor ya me había inundado las fosas nasales y se me había colado en los pulmones, haciéndome toser de forma compulsiva para intentar limpiarlos.

Era humo.

Era un incendio.

Era la muerte.

Cuando volví a ser consciente de todo cuanto me rodeaba, me quedé perplejo ante la visión que tenía ante mí. Todo se había quemado: las paredes estaban negras, el suelo se había retorcido y agrietado y muchas de las baldosas habían estallado en mil pedazos a causa del calor.

Me levanté de la silla temiendo haberme fundido con ella tras haber sido derretida por el fuego, pero curiosamente, se mantenía intacta.

Me tapé la boca para intentar cubrirme un poco del humo que aún flotaba en el aire, y volví a toser con fuerza.

Observé el ascensor, cuya puerta se mostraba abierta de par en par para mí, tal y como lo haría la boca de un monstruo que espera pacientemente a que su presa se meta voluntariamente en sus fauces, en busca de daños estructurales, deseando no encontrarlos: si los ascensores se estropeaban, no tendría forma de salir del nivel de King. Aquél lugar se convertiría en mi tumba.

Afortunadamente, parecía haber sobrevivido al incendio.

Fue en ese momento, cuando pronuncié mentalmente la palabra, cuando fui plenamente consciente de que se había producido un incendio. No sabía si en el nivel en el que me encontraba o en algún otro, y no estaba del todo seguro de querer averiguarlo, o si, sencillamente, había ardido todo el edificio por completo.

Me acerqué a grandes zancadas al ascensor para intentar huir de aquél lugar lo antes posible, y justo bajo el marco de la puerta me paré en seco.

No podía irme de allí.

No sin saber qué había sido de mis pacientes.

Cerré los ojos con fuerza. Tanto el corazón como el cerebro me gritaban con todas sus fuerzas que me marchase de allí lo más pronto posible para no arriesgarme a quedar definitivamente atrapado, pero la ética y el miedo me decían que no podía marcharme dejándolos allí abandonados.

Miedo al paciente número 32 y 23.

Miedo al ángel de alas de sangre.

Solté un fuerte puñetazo contra la pared que tenía a la izquierda y acto seguido recé para que mi golpe no provocase una reacción en cadena sobre una estructura debilitada. Afortunadamente, no hubo cambios apreciables en la pared.

Lo que no significaba que no se hubiesen producido.

Giré sobre mis talones y caminé hacia la puerta por la que había entrado la primera vez con King para buscar a los pacientes, pero entonces me encontré con el primer obstáculo.

Parte de la puerta se había derrumbado sobre sí misma, por lo que apenas tenía un hueco por el que pasar si me acuclillaba lo suficiente. Eso era terrible: estaba convencido que la gran mayoría de pacientes no tendría la flexibilidad suficiente como para poder pasar por allí, y a Bruto le resultaría completamente imposible en cualquier caso. La única posibilidad viable era que Bruto pudiera quitarla.

Avancé hasta la primera habitación, pero estaba completamente desierta. No me desanimé demasiado: aún quedaba la sala grande donde se alojaba la inmensa mayoría. Me dirigí hacia allí sin dudarlo.

Por el camino no pude dejar de mirar más y más pasillos manchados de hollín y baldosas destrozadas. No cabía ninguna duda: se hubiese provocado o no allí el incendio, lo había afectado de la misma manera. Apreté el paso, desesperado por resolver la situación con la que me encontrase para poder abandonar aquél lugar.

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