El desconocido

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A día de hoy, creo poder decir sin temor a equivocarme que lo único que me salvó de la locura fue el hecho de estar legítimamente preocupado por el paradero de Alfred. De no haber sido así, con toda seguridad, las palabras de aquél desconocido no me habrían entrado por un oído y salido por el otro como si nunca las hubiese escuchado.

Sólo que, por supuesto, no había sido así. Claro que las había oído, y no sólo eso. Las había escuchado. Las había asimilado. Las había digerido y almacenado en mi subconsciente. Aquella maldita frase, aquella jodida profecía, "Sólo dos al día. Cuatro te hacen percibirlo, seis te permiten escucharlo, ocho te permiten verlo, diez te convierten en Él" se convirtió en fuente de alimento de las pesadillas más oscuras, asquerosas y retorcidas que he tenido en toda mi vida, llevándome al punto de buscar, desesperado, los crueles brazos del insomnio. Pero esa parte, por suerte, quedaba muy lejos del hilo de acontecimientos en ese momento.

Me estremecí. Por supuesto que me estremecí: la voz de aquel hombre habría hecho que incluso una estatua de mármol hubiese sucumbido al sibilino tono de su voz, y a todo lo que se escondía en sus palabras.

Me estremecí, pero en ese momento lo achaqué al hecho de verme obligado a recorrer un edificio lleno de asesinos y torturadores en plena noche, buscando a un hombre al que no sólo no caía bien sino que, con toda seguridad, me odiaba con todas sus fuerzas por haberlo esclavizado con un medicamento (o con el monstruo que se desliza dentro del mismo), reduciéndolo a un perro, a un "buen chico", privándolo de todo atisbo de humanidad, humillándolo a cada paso que daba, a pesar de que fuese en mi propio beneficio.

Debo haberme vuelto completamente loco –pensaba una parte de mi cabeza–. Sí, pero por haber llegado a este extremo, no por intentar demostrar que aún te queda un resquicio de humanidad. –respondía otra, enzarzándose en una discusión inconsciente en mi cabeza. Discusión en la que, irónicamente, yo no tenía ni voz ni voto.

Supongamos que hay alguien ahí arriba que se encarga de velar de la seguridad de los idiotas –propuso la parte cínica, escéptica y cruel–. Pongamos, también, puestos a suponer, que, en caso de ser así, ha decidido dejar de lado al resto de idiotas del mundo para volcar en ti toda su atención, y que haga que no haya ningún maldito tarado recorriendo los pasillos en silencio en busca de nuevas víctimas: alguien del personal médico que, cansado de hacer sufrir a esos animales, ha decidido que es hora de someter al mismo trato a sus propios congéneres...sólo por diversión, o por saber qué se siente haciendo daño a una persona de verdad, una persona que cuenta. O, por qué no, en lugar de algún médico o guardia con ganas de fiesta, se trate, sencillamente, de los presos fugados que finalmente han logrado encontrar este maldito sitio. Supongamos que no existe el riesgo de que, nada más doblar esa esquina, si tenemos suerte, acabemos con la cabeza reducida a un amasijo de sangre, huesos y sesos en la pared...algo así como el puré más asqueroso de la historia de los purés asquerosos. Supongámoslo, ¿de acuerdo? Supongámoslo por un momento. ¿Quién nos asegura que ese perro desagradecido no sea quien lo haga con sus propias manos? –fue una pregunta histérica preguntada con un tono calmado, lo que no hacía más que intensificar el histerismo inherente–. ¿Crees que se alegrará de vernos después de tanto tiempo sufriendo la abstinencia del Ciok? Porque yo creo que si realmente piensas eso es porque te mereces, o incluso necesitas, que te conviertan el cráneo en puré para cucarachas ahora mismo.

–Todo lo contrario –repuso la parte conciliadora, con absoluta calma–. Cuando Alfred nos vea llegar, y sepa que hemos ido para sacarle del pozo de sufrimiento en el que se encuentra, sabrá que aún queda algo de humano en nosotros, lo que reforzará su vínculo hacia nosotros y...

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⏰ Última actualización: Nov 14, 2017 ⏰

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