Doctor Thaddeus Bear |3|

147 12 27
                                    

Al principio mi entusiasmo se vio repentina y cruelmente enfriado tras descubrir con desencanto que, al igual que en las películas malas de policías, el tiempo de esperar a que ocurriese algo era demasiado como para que alguien nervioso e impaciente como yo pudiese soportarlo sin más. Observé el líquido que se distribuía lentamente por las paredes externas del órgano y pude ver como éste comenzaba a absorberlo lentamente, asimilándolo. Sólo en una ocasión dediqué una mirada fugaz a Norma para ver si todo seguía yendo como se esperaba, pero ella no me prestaba la más mínima atención; casi podría haberse dicho que, literalmente, ignoraba si yo seguía o no allí dentro, sencillamente estudiaba cada uno de los monitores de forma concienzuda, con el ceño fruncido y los labios apretados.

La puerta a nuestras espaldas se abrió sin que nos diésemos cuenta y los pasos no tardaron en acercarse hasta nosotros. Jonathan se colocó justo entre Norma y yo y observó atentamente las mismas pantallas antes de abrir la boca.

–Nada aún. –dijo Norma, adelantándose a la pregunta.

Jonathan asintió en silencio sin mirarla, con la mirada aún clavada en las imágenes. Se humedeció los labios con la lengua.

–Eso es bueno –susurró en voz baja, hablando más para sí mismo que para nadie–, mientras no pase lo de la otra vez, todo son buenas noticias.

Al principio ni siquiera le presté atención. Había creído percibir algo en una de las paredes del corazón, pero al cabo de poco tiempo lo achaqué a una mera confusión y pude escuchar el final de la frase.

–¿Qué pasó la última vez? –pregunté mirando de medio lado al hombre.

–¡Mira! –exclamó Norma en voz baja, señalando con el dedo índice estirado hacia el monitor izquierdo superior.

No tardamos en clavar la mirada en la imagen que ella se empecinaba en señalar, pues no se atrevía a bajar el brazo estirado. Veíamos ante nosotros una porción del corazón donde se entrelazaban zonas de tejido vivo y muerto, formando una especie de fronteras a las que Bear denominó «tierra de fantasmas» en una ocasión. Una línea delgada de tejido muerto se extendía a lo largo del tejido vivo, como una península de muerte que luchaba por ampliar sus dominios y terminar de matar al corazón, pero empezaba a perder la "guerra": el color oscuro, casi gris, del órgano comenzaba a recuperar un tono sonrosado.

–Alguien tiene que avisar a Thadd. –susurró Norma, marcando el número, sin mirar, en el teléfono.

–Vosotros también lo veis, ¿verdad? –me preguntó Jonathan mordiéndose los labios, casi conteniéndose para no empezar a dar saltos. –. Ves que está recuperando la circulación sanguínea, ¿no? –me preguntó mirándome durante apenas un segundo–, ves que la sección muerta parece recuperarse, ¿verdad? –preguntó una vez más, con la voz cargada de ansiedad.

Asentí con la cabeza, dejándome llevar por el entusiasmo que John apenas lograba controlar, y casi acabé pegándome a la pantalla para observar aquello más de cerca. Quería estar completamente seguro de que lo que estaba viendo era real y no fruto de la necesidad por ver que aquello empezaba a funcionar.

–¡No me lo puedo creer! –protestó Norma–. No me lo coge –suspiró profundamente–, alguien tiene que ir a buscarle inmediatamente.

Su mirada, seria pero tranquila, pasó por alto de Jonathan para mirarme a mí. No hizo falta que abriese la boca para que comprendiese qué significaba aquello: John acababa de llegar al reciento (para que nos entendamos, aquello no sucedió en cuanto él puso un pie en la habitación, sino que fue al cabo de una media hora larga desde que entró hasta que empezamos a ver el cambio), no era justo esperar que fuese él mismo el que saliese de allí para ir a buscar a Bear. Nosotros llevábamos horas observando las pantallas desde que comenzó la operación hasta que aquello ocurrió, por lo que lo más lógico era esperar a que fuese uno de nosotros el que saliese a buscarle.

DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora