Para cuando me di cuenta de que no le había dicho lo que quería decirle, quería recriminarle aquella extraña y humillante forma con la que había hecho tomar el medicamento a la mujer, King ya hacía mucho tiempo que se había marchado de la habitación, dejándome completamente solo con mis pensamientos.
Miré a mi alrededor en busca de ropa limpia con la que vestirme, pero no había ni una sola pieza para mí.
Me levanté, desnudo, de la cama para acercarme a uno de los armarios de la habitación con la esperanza de que estuviera allí, pero estaba completamente vacío.
Eso no me gustó nada.
Miré a mi alrededor, preguntándome por qué diablos no tenía ni una sola pieza de ropa limpia para poder cambiarme. Empecé a elucubrar.
Las dos únicas personas que estaban vestidas en aquella sección, eran Jeffrey King y Bruto, éste último con un escaso pantalón ajado. También me percaté de que no conocía el motivo para el que más de, supuestamente, y digo supuestamente porque hasta ese momento no los había visto, doscientos pacientes anduviesen completamnte desnudos por las instalaciones.
¿Acaso era otro hecho de la personalidad retorcida, o retorcida personalidad, de King? Era posible. Como era posible que tuviese explicaciones lógicas para todas las cosas que yo no entendía allí.
Suspiré, sin ganas de darle más vueltas a un asunto. Decidí que lo mejor que podría hacer era preguntar directamente a la fuente, por lo que decidí vestirme.
Tuve que hacerlo con la ropa que yo mismo había ensuciado tras el... desafortunado encuentro con Bruto, por lo que opté por no ponerme la ropa interior.
Asqueado de mí mismo, y del olor que emanaba de la ropa, cerré los ojos y tomé aire profundamente. Por nada del mundo quería volver a toparme con aquél mastodonte que había irrumpido como un tsunami en aquella habitación para acabar con la vida de algunos pobres diablos, aunque, según Jeffrey, Bruto no me atacaría. Yo era uno de sus... ¿amigos?
Tras salir del dormitorio miré a izquierda y derecha, tratando de orientarme. Pero como yo había llegado hasta allí inconsciente, no conocía el camino que debía tomar para poder orientarme.
Como la decisión era mero azar, decidí echar a caminar hacia la izquierda. A fin de cuentas, al fondo de ese pasillo, a punto de doblar la esquina, vi a un paciente que se movía de forma trabajosa.
Por supuesto, estaba desnudo.
–Eh...oiga. –le llamé mientras caminaba hacia él.
El hombre no pareció escucharme o, si lo hizo, se limitó a ignorarme. Me pareció que intentaba apretar el paso según me acercaba a él, por lo que yo hice lo mismo con el mío.
Era como el cuento de la liebre y la tortuga, sólo que esta liebre (que era yo) apenas había empezado a correr deprisa, consciente de que la tortuga (el paciente) no podría ganar la carrera, por mucho esfuerzo y empeño que pusiera y por mucho que la liebre perdiese el tiempo. No en vano era una tortuga que casi arrastraba los pies por el suelo.
–¡Oiga, oiga! –llamé con más fuerza en esa ocasión. Quería hacerle entender que su huida no tenía ningún sentido, pero sin decírselo abiertamente.
Me llegó un resuello bajo y ronco por toda respuesta. Además de ser una tortuga con dificultad para caminar, también le costaba respirar.
Por fin llegué a su altura, y decidí adelantarle para ponerme a un par de metros frente a él. Quería cortarle el paso, pero no quería hacerlo de manera brusca.
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Distopía
Kinh dịDistopía es una sociedad indeseable en sí misma, eso es exactamente lo que sucede en las instalaciones de este centro de investigación: una "sociedad" donde los médicos someten a los pacientes a pruebas invasivas y crueles sin importarles la integri...