Intermedio

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|Dije que habría capítulo esta semana...y soy plenamente consciente de que me estoy jugando el cadalso por publicar un capítulo cortísimo y fugaz, esto se debe a dos motivos básicos. 

El primero, a que sigo y seguiré siendo un poco cabrón. Creo que ha quedado bastante en lo alto y que ha quedado bastante interesante, por lo que creo que esta vez seguiré un poco la estela de TWD  y lo voy a dejar así xDU

El segundo, porque ha sido una semana bastante caótica. No he tenido mucho tiempo ni ganas de acercarme al ordenador, y hoy me he dado cuenta de que estamos a sábado y que mi tiempo límite para cumplir con mi palabra estaba rayando el suicido,  por lo que me he lanzado un poco a lo loco, como siempre, para ver qué quería salir, y esto es lo que ha salido. 

En cualquier caso, el martes a más tardar habrá capítulo extenso, en compensación por la jugarreta. 

Como siempre, un millón de gracias por vuestro tiempo, comentarios y paciencia!|


    Tras la escena en el comedor, después de joderle la vida a otro ser humano y de que Alfred hiciese las veces de voz de la conciencia para recriminármelo, pasaron dos semanas de total, completa y absoluta calma. O, para ser más exactos, más que una calma fue una pausa; un tiempo completamente en espera en el que la vida continuó fingiendo pasar delante de nuestras propias narices mientras que todos, en mayor o menor medida, tratábamos de no pensar en todas las cosas que estábamos haciendo, ya fuera torturar, condenar o asesinar a nadie.

Huelga decir que el único momento del día en el que veía a Edward T. Johnson era cuando acudía de madrugada a mi dormitorio para recibir su cruel e inmerecida dosis de Ciok (inmerecida no porque no hiciera el trabajo, sino porque, tal y como Alfred había apuntado, nadie se merecía caer en una espiral semejante).

Los dos primeros días tras aquello los pasé paranoico. Estaba convencido de que, de un momento a otro, a pesar de mis advertencias, o precisamente a raíz de estas, Edward echaría la puerta de la habitación abajo. Junto a él entraría un auténtico enjambre de matones cabreados que no dudarían en joderme tanto como yo le había jodido a él, y que sólo me concederían la muerte una vez que les hubiese dado la receta del Ciok...no sólo para poder administrársela a él, sino para utilizarla a su entera discreción. Tal era ese convencimiento, que podía ver perfectamente las miradas cómplices y escuchar los susurros maquinadores cada vez que veía a Edward cruzar más de dos palabras con cualquiera de los guardias armados, no digamos ya cuando alguno de estos me miraba después de reír o susurrar algo como respuesta.

Para mi sorpresa, ningún otro guardia se acercó a importunarme. Ni siquiera cuando, la tercera o cuarta noche, Edward entró en el dormitorio acompañado de otro tipo. Éste resultaba tan dócil y sumiso que me hizo desconfiar: ni siquiera intentó mostrar resistencia. Tan sólo extendió la mano derecha para que yo depositara allí las dos cápsulas negras, sin mirarme.

–No eres el primer cabrón que experimenta con drogas y personas. –me dijo a modo de respuesta de una pregunta que nunca llegué a formular, ni siquiera en mis propios pensamientos.

Pero aquella respuesta no sólo no me satisfizo, sino que hizo que mi nivel de alerta se disparase por completo.

–No has hecho ni una sola pregunta. –le dije mientras miraba de soslayo a Edward. Era más que evidente que, a solas, ya se habría encargado de insultarme a gusto. Pero, ¿de verdad no había una sola duda que le inquietara? Qué pasaría si se saltaba una toma. Cuánto tiempo duraba el efecto del medicamento. Efectos secundarios...a mí acababan de ocurrírseme más de media docena de preguntas, pero aquel tipo se limitaba a mirarme en silencio, esperando que le diese aquella sucia y condenada golosina. Como un niño bueno que no hace ruido para no arriesgarse a quedarse sin su parte.

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