Revelación

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Sabiendo que Edward Johnson era lo suficientemente estúpido como para no convencerse de la existencia del Ciok y su implacable efectividad a la hora de someter a alguien a sus más oscuros deseos, Johnson era mucho músculo en todo el cuerpo salvo en la cabeza, Alfred Clint y yo llegamos a la conclusión de que lo más sensato sería procurar mantenerse alerta y a cubierto hasta que el paso de las horas fuese desgastando el efecto del medicamento en el organismo, dejando a la vista una terrible necesidad, haciendo que Edward no tuviera más remedio que verse obligado a acudir a mí arrastrándose de rodillas y suplicándome que acabara con aquella agonía de una vez por todas. Una vez más, Clint no lo dijo, pero no me hizo falta, lo leí en sus ojos. Una silenciosa mirada de reproche.

Un recordatorio de que estaba disfrutando de todo aquello más de lo que debería.

–Aun así, es probable que no acuda a ti meneando el rabo como un buen chico. –me dijo Clint aquella mañana. Estábamos casi fuera del edificio, justo bajo el marco de la puerta. Por supuesto, no faltó el tono de reproche y desprecio en su voz.

–¿Lo piensas de verdad? –pregunté yo cruzándome de brazos y alzando una ceja. Mi gesto no fue una advertencia a Clint para que corrigiera su tono de voz sino un gesto de absoluta fascinación, seguía fascinándome cómo cambiaba el comportamiento de un adicto al Ciok desde que lo tomaba hasta que debía tomar una nueva dosis, pero supe que Alfred lo interpretó como lo primero, ya que dio un pequeño respingo hacia atrás. Como si se preparase para una buena reprimenda.

Después de un silencio prudencial, en el que analizó mi expresión corporal y, probablemente, calibró su respuesta con respecto a esta, terminó por levantar las manos por encima de su cabeza para dejarlas caer contra los costados, en un sempiterno gesto de que ni lo sabía, ni le importaba una reverenda mierda, en realidad.

–La primera noche es la peor de todas –dijo, sorprendiéndome. No pensé que fuese a seguir hablando–. No por el hecho de tener esa mierda comiéndote por dentro, aunque no te lo creas –chasqueó la lengua y me guiñó un ojo. No le importaba si me lo creía o no–, sino por el orgullo.

–¿El orgullo? –pregunté sorprendido. Suponía que la primera noche debía ser la más horrible de todas, precisamente por ser la primera vez que uno experimentaba la ausencia de Ciok en el cuerpo. Que Clint me dijera que, en realidad, lo era por el orgullo era algo que me desconcertaba.

Me miró atentamente. Quizá estaba buscando algún rastro fugaz de superioridad o diversión por mi parte, o quizá sólo se preguntaba cómo alguien tan estúpido como yo podía habérsela jugado de aquella manera. En cualquier caso, suspiró profundamente.

–Me pasé todo el maldito día convenciéndome a mí mismo de que lo que me habías dicho era una patraña –sonrió. Fue una sonrisa vacía y desganada. Una sonrisa completamente desolada–. No dudaba que me hubieras metido algo en la comida porque lo notaba –se encogió de hombros–, pero no me creía que lo que me hubieses dado fuese a provocarme una adicción inmediata y atroz, porque cosas hay por ahí que tengan esa capacidad –hizo una breve pausa y acabó esbozando una sonrisa a medias. Probablemente hubiese recordado alguna anécdota del pasado–. El caso es que a medida que se iba haciendo de noche, me resultaba mucho más difícil seguir creyéndome que aquello no era algo psicológico, algo que me estaba haciéndome a mí mismo por habérmelo creído, aunque hubiese intentado creer que no lo había hecho –se encogió de hombros para decirme que no tenía una mejor forma de explicármelo. Yo asentí con la cabeza, le había entendido perfectamente–. Lo más peligroso que tiene esa basura –prosiguió mirándome fijamente a los ojos, sin parpadear siquiera–, es que anula tu voluntad, pero no te anula a ti como individuo, ni tu conciencia. Quiero decir que no es como las otras drogas que hacen que tu parte consciente se desconecte y vayas en piloto automático, no señor –esbozó una sonrisa sarcástica–. Eso, de hecho, es de agradecer, porque supone una liberación; te permite actuar en base a lo que realmente deseas, eliminando cualquier posible remordimiento. Pero el Ciok no –negó con la cabeza y con el dedo índice–. El Ciok no sólo hace que recuerdes todo lo que has hecho con lujo de detalles, sino que te obliga a hacerlo siendo plenamente consciente de ello. Por eso digo que lo peor de la primera vez es el orgullo, porque supone un punto de inflexión.

DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora