Doctor Jeffrey King |4|

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Después de salir de la habitación de King, me dirigí directamente hacia el ascensor por el que había descendido a los infiernos para volver a subir al mismo infierno del que había salido.

Por el camino, me tropecé con Bruto. Fue bajo el marco de una puerta; él entraba en la habitación y yo salía. Nos chocamos de frente, aunque mi frente chocó poco menos que contra su estómago. Después de notar que algo se había puesto en su camino, Bruto bajó la cabeza para descubrir de qué se trataba.

Me lanzó un gruñido hosco cuando me vio. Aquél sonido gutural hizo que dejase de prestar atención a la piel tan dada de sí que en partes dejaba a la vista el músculo vivo y le mirase a los ojos.

Me fulminó con aquellos ojos desquiciados de perro rabioso con los que me miraba, y me volvió a gruñir. Sin dudarlo ni un instante, me aparté hacia un lado.

–D-disculpa. –dije carraspeando un poco. Intentaba dominarme y no dejar traslucir todo el miedo que aquella cosa inmensa me provocaba, pero resultaba completamente inútil. Y lo sabía.

Los dos lo sabíamos.

Como para confirmarme que él también percibía todo mi miedo mal camuflado, me dedicó una sonrisa amplia.

Los labios fueron abriéndose lentamente, como las compuertas de un hangar que se preparan para dejar volar libremente el terror que guarda en su interior, casi como las puertas del infierno que se abrían demasiado despacio como para no ser a propósito. Dejando que el condenado a la tortura eterna enloqueciera de terror ante la escena de su inmediato dolor que se iba desnudando ante su mirada sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

En lugar de decir una sola palabra, volvió a gruñirme. Sin embargo, no se movió del sitio. Me bloqueaba la puerta, y también era consciente de hacerlo.

A sabiendas de que no debía mostrarme débil ante aquella demostración de fuerza, ya que de lo contrario Bruto aprovecharía su fuerza y mi miedo para burlarse de mí y atormentarme durante lo que me quedase de estancia bajo el mismo techo, me lo quedé mirando a los ojos, esperando a que se moviera. Acabé cruzándome de brazos.

Con gesto divertido, me imitó. La "única" diferencia estribaba en el tamaño de los brazos, pecho y altura. Ni mis dos brazos juntos eran la mitad de gruesos que la mitad de uno de sus brazos.

Suspiré.

Bruto gruñó.

–¿Vas a dejarme pasar de una vez o piensas quedarte ahí en medio todo el día, Bruto? –pregunté finalmente, llamándolo por el nombre que King le había dado. Eso era. Un bruto.

Me lanzó una especie de gruñido mezclado con una carcajada corta y contundente. Fue como una especie de graznido extraño.

No se movió.

Después de lanzar un nuevo suspiro, me descrucé de brazos (Bruto no lo hizo) y volví a caminar hacia la puerta.

Siguió sin inmutarse.

La única prueba de que continuaba con vida, además de la respiración que le llenaba el pecho, era aquella sonrisa socarrona y altiva pintada en sus labios. Una sonrisa que decía sin palabras que podría partirme en dos como un palillo si se lo propusiera.

–Apártate de una vez. –ordené.

Bruto me lanzó una nueva carcajada corta. Un sencillo JÁ que retumbó en toda la habitación.

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