Doctor Jeffrey King |2|

301 7 228
                                    


Desperté a la mañana siguiente, pero sólo porque noté una presencia demasiado cercana a mí.

No sé muy bien cómo pude ser capaz de percibir aquello, ya que estaba profundamente dormido. Los acontecimientos del día anterior me habían dejado completamente exhausto; tanto, que no había sido capaz de abandonar el nivel de King para ir a descansar a mi propia habitación. Me había quedado dormido en la misma cama en la que me había despertado tras haber sido atacado por Bruto.

Como estaba convencido de que la presencia que había notado era la de éste, desperté de forma repentina, muy sobresaltado. Miré a izquierda y derecha intentando cubrirme de un posible ataque, siendo consciente de que sería ridículo por mi parte pretender defenderme de aquella mala bestia, y sólo conseguí sobresaltarla a ella.

Era ella, la mujer a la que había visto al llegar con King a las instalaciones. Estaba dejándome, sobre la mesilla de noche junto a la cama, una pequeña bandeja con un desayuno en absoluto apetecible (¿quién querría comerse un puré de un color verde que asemejaba ser una masa verde de bichos mal triturados? Además, también tenía un par de tostadas un poco quemadas y un vaso de zumo). Junto a éste, metidas en un pastillero de plástico transparente, dos pequeñas pastillas negras que brillaban reflejando las luces del techo.

El vaso de zumo bailaba un poco en la bandeja, amenazando con derramar el contenido, pero la mano de la mujer fue sorprendentemente rápida. A pesar de tener algunos dedos retorcidos por el fuego, lo sujetó con una delicada firmeza notable.

Carraspeé un poco, fingiendo aclararme la voz, y traté de dejar de mirarla como lo estaba haciendo. Ella continuaba completamente desnuda, pero yo no la observaba obnubilado por eso, y mucho menos me estaba perdiendo en sus formas de mujer que aún se adivinaban perfectamente bajo el tejido cicatrizado. Había algo en ella que me arrastraba sin que yo pudiera o quisiera hacer nada por evitarlo.

–P-perdón –se disculpó rehuyendo mi mirada en seguida–, yo... –las palabras comenzaron a atragantársele en la garganta.

–No, no te preocupes –atiné a decir yo, consciente de que debía decir algo, aun a sabiendas de que no tenía la más remota idea de qué debía decir–, ha sido culpa mía. –le puse una mano con cuidado sobre la de ella que aún sujetaba el vaso, intentando transmitirle que no había ningún tipo de problema.

Ella se estremeció con el contacto de mi mano, y la retiró con la misma velocidad del rayo. Me miró durante un instante fugaz. Una mirada cargada de sentimientos contradictorios. Me reprochaba y me pedía disculpas al mismo tiempo.

Aquella mirada, si bien tan rápida como uno, me había sacudido como un rayo. Me había incomodado más aún de lo que ya estaba, ya que no sabía a qué se había debido. Carraspeé una vez más para intentar disculparme una vez más, asegurándome en esa ocasión de no volver a tocarla, cuando la puerta se abrió.

Si bien era cierto que desde que me había despertado había estado oyendo la melodía, aunque baja y en un tercer plano, cuando Jeffrey King entró en la habitación permitió el paso de la música con mayor facilidad, por lo que pude oírla sin ningún tipo de problemas.

Un saxofón, una trompeta, un piano y una armónica se disputaban el protagonismo mientras la base del jazz se filtraba en la habitación con una delicadeza sutil, inundándonos a todos con su suave presencia, mezclándose con el clásico perfume de King que iba desprendiendo allá por donde pasaba.

Jeffrey se nos quedó mirando a ambos a dos pasos de la puerta, alzando levemente una ceja en silencioso gesto inquisitivo, y una sonrisa ligeramente sarcástica en el rostro.

DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora