— Esto es tranquilo. Es...lindo.
Esos ojos jades bien abiertos recorrían todo el lugar, mientras ella tomaba la mano que Kakashi le había extendido para ayudarle a subir a la roca más alta.
— Eso no es nada. Espera a...— la jaló con fuerza subiéndola junto a él en un solo tirón —...ver esto.
— ¡Wow!— fue lo único que pudo decir cuando se desplegó ante ella el paisaje de ese pequeño oasis escondido entre medio de piedras y árboles.
Luego de atravesar un cerrado matorral, y escalar unas cuantas rocas bastantes escarpadas esquivando ramas y maleza, se abría un pequeño camino, apenas evidente para el ojo novato. Y en absoluto atractivo. Todo el recorrido realmente hacían desistir al caminante eventual de la dirección elegida.
Luego del esfuerzo, y no sin soportar algunos rasguños y raspones que ella apenas si lo notaba, se abría un breve claro coronado detrás con una pared de roca. Siendo acogedor y encerrando algo de la belleza que ofrece la calma, no prometía demasiado.
Sólo el breve murmullo de agua, que tranquilamente podían confundirse con una brisa arremolinada entre la arboleda, apenas si servían como un leve indicio de la gracia que se encontraría detrás. Pero era tan leve, que ni con intenciones de buscar algo diferente se seguiría adelante.
Lo verdaderamente maravilloso estaba por encima y detrás de esa falsa colina, si es que se tomaba la decisión de escalar, cosa que Kakashi hizo subiéndola de la mano.
Y el esfuerzo realmente valía la pena.
Escondido detrás de ese tortuoso camino se encontraba un pequeño oasis de pasto tierno de pradera, árboles antiquísimos con frondosa sombra y un arroyo cristalino serpenteante, al que lo coronaba una cascada compuesta por tres hilos de agua que caían de una distancia de no más de veinte metros, pero que llenaban el lugar con sonidos y el aroma a humedad desparramándose sobre las piedras y vegetación, arrastrando los pólenes de las flores circundantes que perfumaban esas minúsculas gotitas flotando en el aire.
Era calmo.
Era reconfortante.
Era bellísimo.
Él la observaba alternando su mirada entre ese delicado rostro sorprendido y el paisaje. Tenía unos días sin poder ir a refugiarse a su santuario y la verdad que lo extrañaba.
Estaba orgulloso de ese lugar. Le brindaba esos instantes de soledad e introspección que tanto buscaba en los momentos abrumadores en su vida, y más en los actuales por sus funciones como hokage.
Ese era su lugar y sólo suyo, para sentarse a leer en total silencio, sin tiempo por delante, sin obligaciones por cumplir. Aunque la paz le durara cuarenta minutos, o veces menos, siempre valía la pena escaparse por más que no se permitía desaparecer más de ese tiempo. Sabía que lo buscarían si se extendía en el descanso, siendo un ANBU bien entrenado, por no mencionar a Seiyi, quien tranquilamente podría dar con él. Y no quería que nadie descubriera ese páramo.
Sólo él conocía el lugar. Bueno, él y el cuarto, quien se lo había enseñado y regalado en ese momento tan turbulento de su vida.
Y ahora lo conocería Sakura.
— Es bellísimo. Tan... tan pacífico — sonrió, una amplia y hermosa sonrisa.
Por primera vez en días sonreía. Y él lo provocaba.
— Me alegra que te guste. Es mi santuario...—respiró hondo absorbiendo los aromas del agua mezclados con la vegetación. —Y ahora también es tuyo.
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La última lección de Sakura [+18] [Kakasaku]
RomanceDesde que Sakura se convirtiera en su alumna, nunca le fue indiferente. Había algo distinto en ella que lo cautivaba y que lo llevó a bregar por su bienestar toda la vida. Hasta que un suceso lo obligó a utilizar otras formas menos convencionales d...