Capítulo 57

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Las noches no habían sido las mismas desde esa maldita fiesta de cumpleaños.

La memoria de ella en sus dedos, en su piel, se había vuelto casi alienante, el dolor de su ausencia ya ni se sentía de tan profundo que calaba en el pecho adormeciendo los sentidos. Era ver una de sus sonrisas en algún recuerdo, para que la suya se estirara doliendo al saber que solo eran eso, un recuerdo.

Pero fue peor, si acaso era que se podía empeorar, desde esa noche lluviosa en el bar.

Ser testigo del nerviosismo que endurecían esos jades mientras le buscaba entre el gentío, al oír su nombre; con que temor parecían rogar no encontrarlo, y con qué ansias recorrían cada rostro. Ella no le vio, pero él sí. Aun antes de cruzar aquellas atestadas puertas.

Le dolió la dulzura que se dibujó en sus labios cuando volvió a Seiyi, la calma que cubrió sus párpados entornándolos al oír la voz de su acompañante. Con que devoción le escuchó, con que placer le sonrió después, dejando que sus mejillas se le encendieran.

Fue peor haber entendido que él se había convertido en un pasado tortuoso, que ser consciente del placer que la derretía en la cama del otro. Si creyó que le dolió verla salir de la habitación del Conde, en ese instante no sabía nada. Por qué verla huir de él, huir simplemente de una mirada, eso fue lo que terminó de desgarrarle.

—Mierda —maldijo al levantar los últimos papeles y constatar que había más.

Los arrojó apoyándose bruscamente en el respaldar de su sillón de oficina, antes de pasarse las manos por el rostro. Estaba cansado. Cansado de todo ese mundo de papeles, de sus decisiones, de las escasas horas de sueño.

Su mente era un desastre y había perdido el lujo del tiempo exclusivo de lectura, uno que le adormecía las emociones reemplazándolas por esa fantasiosa lujuria, que se deshacía en escenarios mentales. Como lo extrañaba. Más que el sexo con Zulima, y ella sabía muy bien qué puntos presionar para relajarle.

Que más daba. Podía echarle la culpa a cientos de cosas, detallar excusas tan precisas que hasta él mismo dudaría en no creerlas, y aun así sabría que sería mentira. Porque su cansancio no era tal, no venía de la sobre exigencia del cuerpo, ni del sueño esquivo. Venia de las ausencias, aun siendo una que eligió y que lamentablemente elegiría otra vez.

Sólo hubo un instante luego de las palabras de Guy, en el que el corazón se le aceleró considerando que aquello podía terminarse, que sus miedos podía ser meros retorcidos pensamientos, que se aferraron a las certezas de un niño demasiado pequeño para entender la muerte en soledad. Pero fue alejarse del bar debajo de la lluvia, para que la costumbre de años acarreando con esa verdad, lo regresara al cómodo y doloroso lugar en donde ella lejos, ella con otro; era lo correcto.

No había escapatoria para él, porque aquello era una condena eterna. Y así parecía funcionar. Porque estaba a salvo. Ella lo estaría.

Pero fuera de su vida.

¿Y eso estaba bien?

El golpeteo de las agujas del reloj de pared, resonó seco en el lánguido silencio, llevándole la atención a el. Le miró. La mañana había comenzado dos horas antes que cualquier jornada. Era de noche cuando entró al edificio siendo saludado por el sereno. Ya que el sueño le fue esquivo, aprovecharía la vigilia preparándose para la reunión de la aldea. Y para su proyecto de comunicación, el cual iniciaría con los sectores que más se beneficiarían de aquello.

La reunión de la aldea...

Esperaba ese momento desde hacía días. Y a la vez, lo dilató en semanas simplemente para darle espacio. Y darse espacio.

La última lección de Sakura [+18] [Kakasaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora