Víbora [+18]

Capítulo 2

Scarlett

Intento lanzar un débil y dudoso puñetazo al estómago de mi contrincante. Sin embargo, con una velocidad y habilidad alucinante, lo detiene, me dobla el brazo con fuerza y patea mi espalda, provocando que dé contra el suelo.

Siento la sangre dar vueltas por mi boca y me duelen mucho las extremidades. Un sollozo se me escapa al intentar moverme.

—¡Debes ser más rápida! —clama mi instructor—. ¡No estás aquí para llorar como una debilucha de mierda! ¡Párate e intenta hacer algo decente, mocosa!

Reteniendo las lágrimas, me pongo de pie y vuelvo a enfrentarlo. Tomo una respiración y corro hacia él. Planeo patear su costado, pero atrapa mi pierna en el camino y me hace dar una vuelta en la que cambia de postura y me da un fuerte puñetazo en la cara y acaba por romperme una mano.

Nunca sentí tanto dolor en mi vida. Grit'r y lloré como pude y veía con terror mi mano desfigurada, en una clara posición que no es nada normal.

—Eres débil, Scarlett —el instructor se acuclilla delante de mí y me da miedo lo que veo en sus ojos. Soy una jodida decepción—. Los débiles no sobreviven, nunca —con brusquedad, toma mi mano rota y la apretuja, haciéndome sufrir como nunca—. ¡Deja de llorar, mocosa estúpida!

Con todo lo que tengo, dejo de lloriquear. Muerdo mi mejilla con tanta potencia que en breve hay sangre. Él no me suelta hasta que no derramo más lágrimas. Por último, me da una bofetada que estoy segura que inflamará mi mejilla en breve.

—Nunca bajes la puta guardia, niña tonta —se levanta.

—¿Y... m-mi mano?

—¡En combate, nadie se preocupará por ti! —profiere—. Debes ser lo lo suficiente madura y fuerte como para curarte tú misma y no depender de nadie. Cura esa mierda o te quedarás sin comer, pequeña tarada.

Se largó y ni siquiera miró atrás.

Me dejó tirada en el suelo, con la mano rota y la mitad de mi cuerpo adolorido. En silencio, más lágrimas corrieron por mis mejillas y me sentía sola. Gracias a mis constantes fallos en todas las clases, me castigaron sin poder ver a Sky y Nate. Ellos, según me ordenaron, son mi familia, mis hermanos, aunque no de sangre. Y siempre estaremos juntos, en todo. Por mi poco progreso, no me dejan verlos y los extraño demasiado.

Estoy sola y podrida.

—Disculpa a Diggle —una voz medianamente grave y con un raro acento me hizo dar un brinco—. Es un poco bruto.

A mi derecha, veo a un chico que debe ser unos tres o cuatro años mayor que yo. Es alto y musculoso. Posee un bonito cabello negro como el carbón y con leves ondulaciones, una nariz respingona, labios carnosos y su tez tostada quedaba bien en él. Tenía varias cicatrices a lo largo de su torso y brazos, sin contar que una de ellas atraviesa su ceja izquierda. Lo que más llamó mi atención fueron unos ojos grandes de color verde oliva con un brillo tan particular que me hipnotizaba.