Víbora [+18]

Capítulo 46

Scarlett

Embarazada.

Estoy embarazada.

Lanzo un golpe al saco de boxeo e intento no llorar. No es una situación fácil. No quería esto, y menos cuando he tomado la decisión de desaparecer apenas acabe la misión. Cabe destacar que... no tengo las agallas para mentirle en la cara a Alek y decirle que no lo amo. No puedo hacerlo. Por eso, elegí... desaparecer de la nada, tal como lo hice hace un año, cuando me alejé de mis hermanos. Alek me perdió la pista, mis hermanos también y les costó volver a hallarme. Puedo hacerlo, y así será más fácil. Es cobarde, lo sé, pero no hay de otra. No soy capaz de mentirle.

El sudor me corre por el pecho y la frente, la tensión estremece mis músculos y todavía quedan rastros de náuseas. Me pasé la noche vomitando. Y es que no me agrada lo que estoy viviendo. Odio no poder elegir si quiero tenerlo no, porque simplemente la situación no me lo permite y no estoy dispuesta a que ese bebé tenga una vida de mierda, siendo perseguido por ser hijo de Alek y mío. Si tendré un hijo, quiero poder darle una vida digna, sin tanto problema. Y no es lo que saldría ahora si lo tengo. Sería sufrimiento para él, y podría ser objetivo de cualquier daño. No haré que pague por crímenes que no le competen.

No tengo de otra. Estoy metida en cientos de problemas; la organización, la mafia, quieren matarme y estoy bajo la amenaza de Nikolla. Me siento tan asfixiada que quiero encerrarme a llorar y olvidar toda esta basura. No quiero más.

Una lágrima se escapa sin mi permiso, y me quito el guante para limpiarla. Por más que intento distraerme, acabo pensando igual en lo que me rodea. Hay algo creciendo en mi vientre, un ser creado por Alek y por mí. Algo nuestro, y me da tanta rabia que no pueda elegir por mí misma, sino que tengo que guiarme por lo que sucede alrededor. Y pensar que crear una familia con Aleksander era... un sueño cuando tenía 17 años. Era el futuro ideal. Una familia a su lado, estudiar lo que se me diera la gana, que viajáramos, que me graduara de una universidad y... ejercer lo que yo quisiera.

Y debo abandonarlo para que nadie salga lastimado. O no podría con más culpa de la que ya tengo.

De pronto, alguien me empuja y me arrebata los guantes de boxeo. La molestia me consume enseguida apenas alzo la vista para ver qué carajos pasa.

La sala de entrenamiento ha sido invadida por los soldados de Alek. Se disponen a entrenar algunos en tanto hablan de armas, trabajo y lo que harán en cuanto tengan tiempo libre. Un tipo tatuado, rapado y con cicatrices me ha quitado del lugar. Se me olvidaba que se creen superiores. Me da asco que el machismo y la misoginia sigan teniendo tanto protagonismo e importancia en las mafias como estas.

—Yo los estaba usando —señalo, de malhumor.

—Piérdete —es lo único que dice, colocándose los guantes y golpeando el saco.

No le conviene fastidiarme cuando tengo tanta mierda dentro. Lo poco que peleé en el último club clandestino no me ayudó a desahogar toda la rabia. Por ende, debe saber con quién se mete si no quiere acabar con el cuerpo quebrado y triturado. A nuestro alrededor, los demás levantan pesas, hacen peleas entre ellos, suben la barra y otros retos más desafiantes, sin prestarme atención alguna.

Llamas de ira se alzan en mi pecho. Me acomodo delante del tipo, detengo sus puños y los afirmo con fuerza.

—Creo que no me escuchaste —sentencio, apretando la mandíbula. Él me lanza un vistazo molesto, e intenta apartarme, sin tener éxito—. Dije que yo los estaba usando. Por ende, vas a devolvérmelos si no quieres que esto se ponga feo. Dámelos, ya.

—Hazte a un lado, estorbo.

En un rápido movimiento, me sujeta de los brazos y me empuja hacia atrás, por lo que caigo al suelo de espaldas. Mi estómago vuelve a retorcerse, causándome ganas de vomitar. Los otros sueltan risas al notar lo ocurrido y no tienen problema en pasar por sobre mí, como si fuera una maldita alfombra.