Capítulo 39

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Alek

Me encontraba mirando por la ventana del tren.

El día estaba frío, con brisas heladas calándome los huesos. Mi tío Viktor iba a mi lado, tecleando en su computador y revisando unos documentos. Mis brazos se envolvieron en mi cintura, tratando de darme un poco de calor. La chaqueta que llevo encima no es suficiente, me castañean los dientes y no dejo de temblar.

Minutos más tarde, nos detenemos en otra estación y, a través del empañado vidrio, pude distinguir a una familia. El hombre, que tenía a la niña de la mano, se acercaba una mujer adulta que poseía unos orbes marrones cristalizados, y se notaba la emoción en sus facciones. Cuando por fin se encontraron, la mujer cargó a la niña y le dio un fuerte abrazo, llenándole el rostro de besos a la vez que ella reía, enseñando su dentadura con la ausencia de algunos dientes. Luego, depositó un beso en los labios del tipo y se abrazaron, sin dejar de sonreír.

Ya varias veces había visto lo mismo. Niños que les dicen "papá" o "mamá" a adultos. ¿Por qué yo no tengo a nadie a quien decirle así? El único pariente que conozco es mi tío Viktor Vólkov. Y debía admitir que me sentía mal. Siempre... las familias se ven tan cariñosas. ¿Por qué yo no tengo nada así? Viktor no es nada cariñoso. Y ya estaba harto de ver niños en la calle que van con padres que los miman, les compran cosas, los llevan en brazos o simplemente los escuchan. A mí nadie me escucha nunca. Viktor está muy ocupado como para hacerlo, y los instructores de la organización son pesados. Me tratan mal.

Sintiendo un malestar en mi pecho, volteé a ver a mi tío.

¿Tío?

—¿Qué? —masculló, sin verme.

¿Por qué no tengo padres?

Al instante, dejó de mover los dedos sobre el teclado y alzó la vista, como si no estuviera preparado para verme a los ojos. Transcurrieron unos pocos segundos, en los que él estuvo en completo silencio.

Tu padre era mi hermano —relata, con dejes gélidos en su voz—. Y era un bastardo adicto sinvergüenza. Ese irresponsable se drogaba todo el día, y no tenía futuro alguno. En una de sus estúpidas fiestas, conoció a una zorra que era idéntica a él. De esa relación naciste tú, y ninguno quiso hacerse cargo del error —mis ojos se nublaron con su confesión, y la pena me abarcó las venas—. Nosotros decidimos cuidarte. Meses después, ambos murieron de una sobredosis. Tus padres eran irresponsables, y la verdad ni siquiera se pueden llamar padres con lo que hicieron. Tu madre se negaba a cuidarse durante el embarazo. Seguía en sus andanzas de drogas, alcohol y fiestas, y mi hermano no hacía más que arrojarse a las mismas estupideces que esa. Apenas te dio a luz, me hice cargo y te traje conmigo. Por supuesto, no les importó con tal de volver a la vida que tenían. Si te quedabas, lo más probable es que tu destino fuera similar al de ellos.

Una lágrima cayó de mi ojo, él no le dio mayor importancia y continuó trabajando. Mis padres, en resumen, no me quisieron. Fui un simple error del que se querían deshacer, y ni siquiera les importaba como para cuidarme. Se lavaron las manos, y me entregaron sin más. Volví a enfocar a la familia que continuaba afuera y, además de tristeza, fue una rabia la que se gestó en mi estómago.

Yo podría haber tenido eso, y es injusto que me hayan dejado como si no valiera nada, como si fuera un par de zapatos que regalas y nunca vuelves a ver.

El tren se puso en marcha de nuevo, dejando atrás la imagen de la familia que me hubiera gustado tener.

Las ráfagas de balas no se detienen, estamos rodeados de fuego y me desespera la cantidad de sangre que no deja de brotar de la herida de bala de mi padre.

Víbora [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora