XXXXI: Omen.

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     Luego de verlos partir hacia un enfrentamiento inevitable; Izuku sintió hambre de nuevo. Por un instante se olvidó de ese pequeño detalle en su interior, Mitsuki lo supo de inmediato pues también había pasado por eso y conocía a la perfección esos momentos de incertidumbre.
     La cena transcurrió en completa armonía, aquel peliverde desprendía una paternidad casi envidiable de forma inconsciente para con los niños. Kota lo disfrutaba muchísimo, era un sueño de nunca acabar; no obstante, nada dura para siempre.
     Todos reían y sus cuerpos se erizaron cuando un ruido proveniente de la cocina captó su total atención. Masaru con una expresión de extrañeza decidió averiguar seguido por Kota y Mahoro. El cuerpo de Midoriya comenzaba a sentirse extraño, pesado, frío, inquieto.

     No era nada normal. Preocupado de que fuese de nuevo su ansiedad, se dispuso a respirar profundamente y observar los objetos a su alrededor para poder asociarlos. Sus ojos se cristalizaron cuando observó a su suegro regresar con la taza de cerámica del café de Katsuki destrozada.

     —No sé cómo logró caerse de la alacena, querida...
     —Normalmente no creo en esas cosas—gruñe Mitsuki mientras se acerca —Pero ésto...
     —¿Deku–niichan? —interrumpe Katsuma con un tono de total temor.

     Izuku observaba la taza con lágrimas en sus ojos y su cuerpo lleno de espasmos involuntarios. Conocía esa taza, pues él fue quien se la había obsequiado a Bakugō años atrás cuando decidieron iniciar su romance. La taza fue un símbolo de su amor y el rubio supo apreciarla cómo era de esperarse, siendo siempre esa pequeña escultura lo primero que el Alfa buscaba al despertar.
     El hecho de que se rompiera sin motivo aparente fue detonante para que millones de escenas horribles fueran apareciendo en la mente del chico. Algo andaba mal.

     —Izuku cariño...
     —Mitsuki–san... Yo... Por favor... Necesito... Necesito ir con Kacchan... Ahora mismo —articulaba con dificultad mientras se acercaba hacia sus suegros.
      —Cariño estás muy nervioso... Quizás estaba en una mala posición y cayó...
     —Querida, la taza estaba puesta al fondo de la alacena, dónde Katsuki siempre la dejaba...

     En ese momento la expresión calmada de aquella mujer cambio rotundamente. Sus ojos demostraban preocupación y rabia al saber que su hijo posiblemente se encontraba en serios problemas. De inmediato se dirigió hacia la habitación matrimonial en dónde se dispuso a abrir de par en par el clóset de ropa y a quitar unas repisas falsas que almacenaban en secreto armas, luego de eso buscó su móvil y se dispuso a llamar a Rei pidiéndole que viniera a cuidar a los niños. Para suerte, esa mujer se encontraba libre de guardia esa noche y se puso a su disposición.

     La madre me Katsuki apareció nuevamente en la mesa del comedor con varias armas y cuchillos sorprendiendo a los menores y a su esposo quien recordaba perfectamente el momento en que su esposa le prometió nunca usar esas cosas si la vida de su hijo no corría un peligro inminente.
     Los ojos cafés de su esposo poseían un grado de empatía que Izuku no pudo comprender. Admiraba la capacidad de aquel hombre por siempre mantener la calma en situaciones riesgosas, esperaba algún día poder también tener ese grado de control sobre sus emociones y pensamientos. Observaba también como la rubia preparaba las armas con sus respectivas balas, los niños se mantenían alrededor de Masaru. Kota fue el único en acercarse lo suficiente para ayudar a la mujer Alfa con las cosas.

     —Desearía que nunca tuvieses que tocar estás cosas, Kota. Pero dadas las circunstancias creo que es inútil una actitud renuente de mi parte sabiendo tu vida y el afecto que le tienes a mi hijo.
     —Mitsuki –san...
     —Él me salvó. Es una deuda que quiero pagarle... Solo los alfas nos entendemos cuando a deudas se refiere —acota el azabache cargando los cartuchos.

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