II: I Came Back.

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     Arriba... Abajo... Arriba... Abajo... Arriba... Abajo...

     Ya estaba siendo posible realizar más repeticiones. Eso le encantaba. Siempre se ejercitaba cuando salía de su cama; unos minutos de trote por todo el recinto y luego volver a su departamento para continuar con su extenuante rutina. Las barras eran sus preferidas, cada contracción muscular que empleaba para elevarse lo hacía concentrarse en su cuerpo, a escucharlo, sentirlo, saber cuándo detenerse y cuando no.

    De su cuello colgaba un collar cuyo dije era un medallón de acero inoxidable con las iniciales DK grabadas en la zona interior. Fue el único obsequio que aquel peliverde logró darle minutos antes de ser bruscamente separado de su lado por la tres veces maldita loca de su madre, tenía en su brazo derecho en la zona interna del bíceps un tatuaje de una brújula con un plano cartesiano de fondo indicando el norte y cuyo norte tenía una pequeña esmeralda. Sus dientes rechinaron cuando su memoria reproducía una y otra vez dicha escena que nunca pudo suprimir. Tampoco deseaba hacerlo, desviaría su atención a su blanco principal: Inko Midoriya.

     ¿Era policía? No, por Dios, odiaba a esos incompetentes que lo único que sabían hacer era engordar como vacas y llenar expedientes; su personalidad no encajaba en lo absoluto en el perfil de policía. ¿Ingeniero Automotriz con una aficcion a las armas y al seguimiento de personas las cuales consideraba escorias para hacerse cargo personalmente? Podía ser la descripción más aceptada para su humilde opinión.
     Masaru y Mitsuki tenían tres días viviendo con él en Bélgica ya que ambos progenitores decidieron hacerle una visita sorpresa la cual siempre terminaba en frecuentes disputas entre madre e hijo. Sabían las razones por las cuales su hijo decidió inclinarse también por el uso de armas, renuentes resultaron al principio; sin embargo, tras ser seguidos para un secuestro mal planificado por subordinados de Inko, fueron motivos suficientes para aceptar que Katsuki tuviese acceso a armas desde que cumplió la mayoría de edad y decidió ir detrás de esa mujer que hasta ese día su rubia madre desconocía completamente. Inko obtuvo un muy drástico cambio que ni siquiera Mitsuki podía aceptar y luego de saber que estaban siendo perseguidos por ella; le quedó bastante claro que la amistad de años que habían tenido, se había ido al carajo.

     Su padre entró a la habitación que aquel rubio utilizaba como gimnasio personal. Masaru era lo opuesto a Katsuki; lo único que heredó de aquel hombre fueron sus puntiagudos cabellos. El estilo. Ya que todo lo demás irradiaba a su madre; sin embargo, aquel chico podría una nobleza inmensa.

     Los Bakugō eran dueños de una empresa automotriz muy impresionante para todo Japón. Los mejores autos en todos los aspectos. Generando millones de dólares diarios dirigidos a las cuentas de esos tres individuos los cuales fueron los creadores de dicho proyecto siendo al principio un sueño frustrado de Katsuki. Luego de establecer un contrato sólido el cual los aliaba con la empresa del difunto padrastro de Izuku. Inko les ha tenido el ojo puesto desde hace más de unos años; pero fallando por completo al momento de acceder a sus archivos y proyectos futuros gracias a la ayuda de una particular amiga y aliada fiel a los Bakugō y a la empresa de Yagi Toshinori la cual estaba al mando temporal de Aizawa mientras se daba con el paradero del hombre que mantenía a aquel rubio despierto por horas en la noche sentado en el mueble de su sala de estar con una foto de ambos cuando estudiaban en la preparatoria, una botella de vodka y un arma a su lado. Contemplando aquellos rizos verdes, sus pecas perfectas y delicadas, su piel blanquecina, sus ojos... Maldición sus hermosos ojos. Eran un universo hermosos que solo él pudo descubrir cuando en una de sus habituales escapadas, tomó la arriesgada decisión de besarlo por primera vez de una manera sucia e intensa la cual fue correspondida. Aquellos ojos verdes explotaron de deseo e iluminándose de una forma descomunal. El recordarlo estremecía el cuerpo de aquel Alfa de 26 años quien incrementó las repeticiones mientras en su mente pasaban las imágenes de todo sus roces, caricias, suspiros, jadeos incesantes. En más de una ocasión estuvieron a punto de hacer el amor en los baños ambos encerrados en un sinfín de sensaciones. Pero siempre interrumpidos por el Bakusquad antes de ser descubiertos. Malditos, eran sus cómplices fieles después de todo y de cierta forma los extrañaba.

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