XVIII: Why?.

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     Ese día. Ese maldito día lluvioso en donde entre una multitud igual o peor en sentimiento. Impotencia. Dolor. Ira.

No.

Nadie podía saber con total certeza como se sentía. Ni siquiera su mejor amigo quien en ese entonces estaba a su lado fiel y siempre aunque odiaba admitirlo, siempre cuidando de su bienestar.

Lágrimas caían sin parar de sus ojos. Su piel se tornaba fría y seca. Su alma estaba rota. Su corazón lleno de veneno que poco a poco sentía que estaba acabando con la poca vida que en ese momento sentía que aún poseía.

Todos mostraban sus condolencias y daban abrazos reconfortantes con la esperanza de aliviar el dolor ajeno en aquel pelirrojo que parecía estar fuera de su cuerpo. Sus ojos reaccionaron cuando escuchó la ausencia de un miembro del grupo. Hanko no estaba. Aquellos ojos hinchados y rojos la buscaron por todos lados sin ser demasiado evidente su preocupación por la chica. Aún tenía que hablarle y disculparse. Recordaba como las marcas de sus dedos quedaron en aquel suave cuello producto de un arranque irracional de ira por el terrible suceso.

Izuku se acercó dándole pequeñas palmadas en la espalda mientras cubría su cabeza con su paraguas. Durante toda la ceremonia, Eijirou estaba recibiendo el frío pesar del cielo sobre su cuerpo por la perdida de una persona maravillosa quien siempre tenía una forma muy sencilla y especial de apreciar la vida.

Jamás llegó a imaginarse un mundo sin él. Era insoportable. Necesitaba de su Omega. Y ahora que estaba solo, la necesidad de poder encontrarse con su hermosos olor solo yacía en su ropa bien doblada y guardada en el clóset. Una mierda.

-Hey... Vamos a casa, Bro -dice Sero mientras intentaba moverlo un poco para que regresara a la realidad -Te llevo.

El rojo asintió con lentitud tocando el pequeño mural que se le había elaborado gracias a sus amigos quienes quisieron colaborar con aquel noble gesto. Acarició la fría superficie del cemento y con un último suspiro decidió despedirse por ese día, justo segundos después de separar su mano, sintió como si alguien la tocase. Aquello se sintió cálido y muy suave; sus ojos se voltearon para observar de nuevo la lápida. Sus ojos volvieron a humedecerse para luego sentir el firme agarre de Bakugō sobre su cabeza para acercarlo hacia él y agradeciendo aquel abrazo inesperado, todos siguieron su camino a los autos.

En un apartamento cercano al parque de cerezos. En una oscura habitación llena de fotografías, luces navideñas, CDS, lámparas, floreros, ropa, espejos rotos, vidrio por todo el suelo; se encontraba Hanko, sentada con su espalda recostada de la cama y el resto del cuerpo en el suelo de cerámica blanca que en ese momento era un mar de desorden y tristezas. Aquella chica no había dejado de llorar y ahogarse en su soledad junto a una botella de Vodka que aún estaba sin destapar. No poseía el valor suficiente para matar su alma de esa manera, aunque considerando la situación era la única salida temporal que tenía.

Su rostro estaba vacío. Su cabeza estaba inclinada hacia atrás reposando sobre el colchón mientras que en una de sus rodillas elevadas descansaba su brazo derecho con un cigarrillo de marihuana entre sus dedos el cual fue jalado por última vez hasta acabarse para ser desechado en un pequeño cenicero. El humo espeso le recordó cuanto odiaba ese hábito; un hábito que había adquirido en ese instante el cual luego se tornó asqueroso. Sin embargo, ya su mente estaba entrando en aquella dimensión sin ningún sentido de la orientación, sentía su mundo girar y dar vueltas, sintió su cuerpo pesado y de pronto dejó de sentir convirtiéndose en solamente un recipiente vacío y drogado... Drogado hasta el culo. Nunca había tenido interés alguno en las drogas, pero tampoco la crueldad suficiente para negar aquel regalo que Momo le ofreció para su cumpleaños número 22. Un año había pasado desde aquel día.

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