XIV: I'm Izuku.

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     Él. Quien siempre a pesar de su infierno lograba irradiar más fuerte que el mismísimo sol el pleno verano. Él. Quien con su carisma y determinación logró cambiar el pensamiento erróneo de muchos con respecto a la debilidad. Él. Quien a pesar de sufrir constantes abusos por parte de su amigo de la infancia, pesadilla de la preparatoria y amor de toda la vida; decidió con total firmeza permanecer a su lado con motivos y sentimientos reales los cuales fueron correspondidos.

     Él. Que en ese momento se encontraba atado a una cama de hospital en una habitación oscura y desagradable, con un miserable bombillo de luz sobre su cuerpo y cuyo panorama reflejaba una cosa: otra dosis.

     El químico era potente y muy eficaz para poder modificar la personalidad de Izuku 360° haciendo que la de un psicópata asesino saliera a flote; sin embargo, el alivio llevaba pronto al conocer que dichos efectos solo duraban cinco horas y se requería un estricto monitoreo de sus signos vitales y cerebro, así como también constantes chequeos médicos.

     En ese momentos. En esa oscuridad. Rodeado de todas esas personas a las cuales odiaba con cada fibra de su ser. Solo le quedaba esperar a que toda la droga que le era inyectada, algún día terminase. Hirió a Katsuki, hirió a Hanko, hirió a Kirishima. Sin duda alguna su madre había encontrado el modo de volverlo un monstruo. Su voluntad estaba dormida, solo era una marioneta la cual usaban a su placer.

     Asqueroso. Ese era el término indicado para esa situación. Solo se aferraba a la minúscula esperanza de ser rescatado por sus amigos y eso era lo que lo mantenía vivo. A pesar de no estar realmente conectado consigo mismo.

     Sentía como la otra parte de él estaba tomando control lentamente. Había aprendido a cerrar sus ojos y respirar lentamente evitando los erráticos movimientos de su cuerpo, los cuales eran producto del otro usuario. Era necesario cerrarlos y listo. No había dolor ni daños ocasionados por él. Sus ojos opacos y sin vida pronto se mostraron observando con repudio a uno de los miembros de enfermos que estaban con él. El más peligroso de todos, a pesar de su mísera estatura. El Doctor Minera.

     —Nueva misión, Midoriya.
     —Órdenes —dice. Doc suelta sus ataduras y él se sienta.
     —Mátalos a todos. Que no quede nadie vivo y a los Bakugō traelos con vida a la mansión. Dabi, Toga, Los Yakuza y tú.

     Una misión muy compleja. Pero no imposible. Todo era perfecto en esa mansión, todo bajo un estricto control de aquella mujer enferma y codiciosa. No habían percances, ni tampoco infiltrados. Todo como debía ser... O eso creía.

     Un imperio no puede mantenerse firme durante mucho tiempo sin haber sufrido daños colaterales muy significativos. Y en esa mansión, un gran daño estaba comenzando a hervir muy lentamente dando paso a una completa traición por uno de los miembros más importantes de toda la mafia Midoriya. Una mujer ajena al apellido y mantenida en las sombras por petición de Aizawa Shota.

     La única hembra de todos los descendientes de Enji y Rei. Quien al igual que su hermano mayor Touya, la habían creído muerta tras un accidente en un crucero en donde Inko Midoriya se encontraba de vacaciones. La chica era policía. La única en todo Japón a la que no se podía sobornar. Perfecta para el trabajo.

     Filtrarse en la mansión, ganarse la confianza absoluta de Inko, matar incluso a miembros bajo el mando de su padre, mantenerse al margen de las misiones a las que no era incluida, observar con horror todo lo que le era hecho al heredero. Ser su sirvienta personal pero sin descuidar su verdadero papel ni mucho menos revelar su verdadera identidad. El peliverde era muy inestable por esa droga. La única forma de ayudarlo era robando un frasco lleno y hacérselo llegar a su padre.

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