Capítulo 5: Sosígenes

85 20 33
                                    


Sevilla, España

Septiembre de 2010 d.C.


     —¿¡Quieres cerveza!? —preguntó Diego desde la cocina.

     —Por eso vine... —respondió Marco sonriendo.

     Diego sacó dos botellitas de la heladera y agarró un pan de camino al living, donde Marco estaba recostado a sus anchas en el sofá de cuero negro de tres cuerpos. Le entregó la botellita a su amigo, quien se incorporó sentándose bien para recibirla, y se acomodó en el sillón frente a él con la suya. En medio de ellos, una mesita ratona preparada con picada abundante y para todos los gustos, se encontraba simétricamente presentada y lista para ser abordada en cuanto se destapara la primer cerveza.

     —Toma... —Diego le aventó el destapador luego de abrir la suya y a continuación se pinchó un trozo de queso fontina que acompañó con una feta de delicioso jamón crudo ibérico.

     Marco doblegó la chapita metálica que contenía su cerveza fría y se palpó el paladar con la lengua al escuchar el placentero sonido del gas al liberarse; contempló las diminutas burbujas subir hasta la superficie a toda velocidad sosteniendo la botella delante de sus ojos y bebió del pico, dejando morir de sed al chopp que le había dejado Diego frente a él para tal fin.

     —Lactancio... —dijo por fin, luego de dar cuenta de casi la mitad de su cerveza de un tirón.

     —Lactancio, sí. Nos quedamos en él... —Diego suspiró—. Como sabes, Marco, Lactancio fue un apologista cristiano, ¿bien?

     —Bien.

     —Y como apologista, difundía y defendía la fe cristiana basándose en argumentos racionales y en razonamientos lógicos siguiendo una línea histórica o científica, ¿cierto?

     —Estamos de acuerdo.

     —Por lo cual, sería difícil afirmar que un hombre como él pudiera defender la veracidad de los famosos milagros de Jesús o mucho menos que resucitó de entre los muertos al tercer día de haber sido... literalmente asesinado, y que salió caminando hacia el cielo como si nada para ocupar su lugar a la derecha de Dios.

     —Podría decirse que sí. Pero no te olvides que fue un asiduo defensor de la fe cristiana.

     —Desde ya... pero eso ya lo sabemos. Vamos a lo interesante: ¿en qué año murió?

     —Mmm... no me acuerdo. ¿Trescientos... algo? —Marco cortó un trozo de pan y se hizo un pincho con queso, aceitunas y tomate cherry.

       —En el 325, el mismo año en el que se celebró el Concilio de Nicea.

     —Okey... —respondió con la boca llena.

     —Supuestamente... —añadió Diego levantando un dedo—. Ya que, al parecer, Lactancio no murió ese año, como figura en los registros, sino que viajó.

     —¿Viajó? ¿A dónde?

     —A cuándo, Marco, cuándo. No a dónde. —Marco lo miró confundido—. Fíjate en esto... una de sus obras más importantes es su controversial "De mortibus persecutorum".

     —La muerte de los perseguidores —tradujo Marco, haciendo alarde de sus conocimientos de latín.

     —"Sobre la muerte de los perseguidores", Marco. Sobre la muerte de...

     Marco pensó unos momentos como si supiera tanto latín como Diego, cosa que no era así ni por asomo.

     —Cierto.

SevillanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora