A la mañana siguiente
Uno de los hombres de Galdix se acercó a ella con mala cara. Myra sabía que tendría que dar explicaciones, le gustase o no, acerca de lo que había, o más bien, lo que no había ocurrido, la noche pasada. Como todos sabían, los romanos seguían vivos y uno de los mejores hombres de la tribu gala no había regresado de su misión nocturna. Ella sí.
Myra levantó la vista con displicencia y escupió hacia un lado.
—Quiere verte —le dijo él.
—Pues yo no.
El hombre gruñó y se cruzó de brazos delante de ella. Observó lo que Myra tenía delante suyo; algo parecido a un desayuno, y se paró encima de él.
Mira bajó la vista y buscó su hacha, esa que había perdido en el bosque, y se puso de pie mirándolo fijo con las manos vacías.
El hombre rio.
—¿Dónde está tu arma? —preguntó con voz áspera.
—No te importa. Eso es asunto mío, Toren.
—Un hombre sin armas no es un hombre...
Myra se mantuvo firme.
—Suerte para mí que no soy uno.
Toren la observó con detenimiento y dio un paso hacia atrás. Lo que menos quería era enfrentarse a golpes de puño con la mujer de Galdix.
Myra contuvo un arranque de ira, odiaba que no la enfrentaran por su preferencia de Galdix hacia ella por sobre otras mujeres guerreras. Respiró profundo, buscó su hacha de repuesto bajo la atenta mirada de Toren, y se la acomodó en el cinturón.
—¿Dónde está Galdix? —preguntó con autoridad, como si fuese ella quien exigiera verlo a él y no él a ella.
Ya sabía la respuesta.
Galdix mantenía una distancia prudencial y fingía que nada hubiera ocurrido. Se mantenía cruzado de brazos masticando su propio odio hacia los romanos mientras los observaba sacando conclusiones de lo ocurrido la noche pasada. Por descontado, el cuerpo de su guerrero no estaba por ninguna parte y aquellas personas a quienes consideraba alimañas indignas ordenaban sus cosas como si se tratara de una mañana cualquiera.
Myra se acercó a Galdix por detrás y reparó en los romanos. Se puso tensa y observó a Pilos una vez más, como ya lo había hecho tantas otras veces antes de aceptar el encargo de asesinato.
—¿Me vas a contar o quieres que vaya a preguntarles en persona?
Myra enderezó la espalda.
—No sé qué quieres que te cuente... —respondió mirando hacia otro lado—. Los romanos siguen vivos, puedes verlos por ti mismo.
Galdix giró su cabeza hacia ella con un movimiento ralentizado. A Myra le dieron ganas de gritarle. Galdix suspiró con aires de superioridad.
—Parece que estos romanos son difíciles de matar... —admitió—. Ni los Alpes ni los juegos de Aníbal pudieron con ellos. Ni siquiera dos de mis mejores guerreros... —Galdix se paró delante de Myra y le agarró la mandíbula con fuerza enterrándole los dedos en la piel—. Ni siquiera mi mujer... la mejor guerrera entre las mujeres galas pudo hacerlo.
Myra apretó los dientes pero no hizo amago de zafarse.
—No soy tu mujer...
Galdix la soltó de un brusco tirón y a Myra le chirriaron los dientes. Sin darse cuenta, volvió a mirar hacia donde estaba Pilos, y Galdix siguió el curso de su mirada hacia el romano con cierta suspicacia. Volvió a mirarla a ella y observó el hacha de repuesto que Myra llevaba colgada del cinturón, lo que le recordó algo más.
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Sevillano
Historical FictionMarco, un joven sevillano apasionado por la historia y a punto de recibirse de profesor en la materia, despierta en la Roma de Publio Cornelio Escipión: uno de los personajes históricos que más admira y de los que más conoce. Situación que lo maravi...