Campamento romano en Massilia
Julio de 531 a.G.M.
Tarquinius no podía ver más allá de su propia nariz, sentía la vejiga a punto de reventarle y apenas si podía caminar en línea recta por las calles que formaban las tiendas del campamento romano. De pronto se detuvo, cruzó una pierna por delante de la otra y se inclinó hacia adelante con cara de dolor. Con excepción de los hombres que estaban de guardia y alguno que otro en situación similar a la suya, el campamento entero parecía dormir. Miró con cariño las tiendas más cercanas sopesando las posibles consecuencias de dejarle a los legionarios de otro contubernium su cálida y linda meada en uno de sus lados y, pese a la tentación, desechó la idea. Apretó las nalgas, levantó la frente y caminó apretando el paso con su mano aferrada al pene por encima de la túnica.
—Un poco más, un poco más... ¡Llego, llego! —se dijo dándose ánimos.
Una sombra se le cruzó de repente como salida de la nada. Tarquinius se lo llevó puesto con la misma dureza de una embestida de caballo y ambos cayeron de espaldas al suelo.
—¡Ey! ¡Ten más cuidado, imbécil! —le reprochó el hombre desde el suelo antes de levantarse. Este observó a Tarquinius tirado en el suelo esforzándose por ponerse de pie en un estado de ebriedad considerable y ganó un poco más de brío—. Borracho inmundo...
Tarquinius levantó una mano para que aquel legionario lo ayudara a levantarse, pero lo único que recibió fue una cachetada en la misma y un gesto de desprecio.
—Perdóname, hermano... es que... no puedo más. No puedo más, perdóname.
Tarquinius se puso de pie tambaleándose y se levantó la túnica, apuntó hacia el suelo delante de sus pies y empezó a mear con una mezcla de dolor y placer. Exhaló aliviado.
—¿Qué haces, hijo de...? ¡Vas a dejarnos tu olor a meo delante de nuestra tienda! ¿Eres imbécil?
—No te preocupes, ya termino...
—Meas como un caballo... —le dijo, mientras seguía con la vista el recorrido del chorro de orina que iba formando un charquito vaporoso justo en medio de ellos.
—¡Patéale el trasero, Bruto! —le gritó uno de sus compañeros desde el interior de la tienda.
—Sí... Que lo limpie con la lengua —agregó otro.
Aunque ninguno de los compañeros del contubernium de Bruto veía siquiera lo que ocurría, ninguno de ellos se quedó con las ganas de hacer su comentario en favor de una golpiza; tal y como ocurría siempre que reunías a un grupo de legionarios con tiempo libre como para emborracharse un poco, jugar a los dados, apostar y, en el peor de los casos, perder su paga mensual en una sola noche. Como en el caso de Bruto. Para él, la oportunidad de desquitar su frustración y ponerse violento con cualquier persona que le diera el más mínimo motivo, se veía tan atractiva como la más hermosa de las mujeres romanas.
Bruto supo que ya no había ninguna chance de dejar las cosas así como estaban y volvió a repasar la corpulenta figura de Tarquinius maldiciendo su suerte. Pese a ello, calculó que aquel borracho inarticulado e incapaz de aguantarse una meada no tendría ninguna chance contra un hombre rápido como él. El momento de volver a quedar bien con sus compañeros luego de su humillante partida de dados y las consecuentes burlas había llegado.
—Aprenderás a no cruzarte en mi camino... —anunció Bruto, mirando más hacia la tienda que a Tarquinius. Acto seguido, avanzó un paso largo hacia el legionario borracho y le dio un golpe de puño en la boca del estómago—. ¡Toma!
ESTÁS LEYENDO
Sevillano
Historical FictionMarco, un joven sevillano apasionado por la historia y a punto de recibirse de profesor en la materia, despierta en la Roma de Publio Cornelio Escipión: uno de los personajes históricos que más admira y de los que más conoce. Situación que lo maravi...