Norte de Italia
Diciembre de 531 a.G.M.
Lado romano
Publio hijo no necesitó mirar hacia atrás. Sabía que no estaba solo. Una saeta pasó silbando cerca de su oreja en dirección a la muchedumbre enemiga, pero la flecha salió demasiado elevada y los pasó de largo. Con un poco de suerte, daría en algún otro enemigo.
—¡Demonios! —se quejó Marco cerca de él. Se acomodó lo mejor que pudo la ballesta detrás de su espalda y desenfundó su gladius. Todavía le faltaba mucho para acertar un tiro como ese a la carrera.
—¡Punta de lanza! —gritó Cayo Lelio, apenas un metro detrás de Publio, cuando estaban a menos de treinta metros de sus enemigos.
Los primeros cartagineses en darse cuenta de su llegada se llevaron la peor parte, confiados como estaban en que los romanos ya estarían huyendo en desbandada en dirección a su campamento. Publio parecía volar a lomos de su caballo y su grito de guerra se escuchó por todo el campo de batalla. Marco gritó a su vez, liberando tensiones, luchando por detener la bilis que le subía por la garganta y que le dejaba ese regusto tan desagradable.
Lo que ocurrió a continuación pasó demasiado rápido para él. Los gritos entremezclados con el ruido de armas al chocar entre sí, relinchos, quejidos, el batir de las patas de sus caballos sobre la tierra. Marco sintió todo aquello, y por primera vez, se cobró vidas ajenas en su avanzada.
Lado cartaginés
Maharbal inclinó su cuerpo hacia adelante y saltó hacia un costado con la mayor fuerza que le pudieron dar sus fornidas piernas. Justo a tiempo. Cayó al suelo de bruces con ojos desorbitados y miró alrededor. La mayoría de sus hombres abrían campo mientras algunos intentaban detener la ofensiva romana desde el suelo, en tanto que otros buscaban subirse a lomos de sus caballos a cómo de lugar.
Como si fuera una maniobra bien preparada, la caballería romana describió una espiral creciente alrededor de Publio Cornelio Escipión logrando apartar a sus victimarios de él. El cónsul levantó la cabeza y vio a su hijo desmontar a menos de un metro suyo. Llevaba su brazo derecho cubierto de sangre y le gritaba que se levantara. Le costó distinguir si aquella sangre sería suya o de alguien más.
—¡Nooo! —vociferó Maharbal, fuera de sí. Buscó su semental con la mirada y lo encontró. Corrió hacia él y se subió de un salto.
Lo que quedaba de la espiral volvía a convertirse en una punta de lanza, solo que esta vez, apuntaba hacia el lado contrario. Los jinetes númidas volvieron a reagruparse y fueron en pos de ellos.
Publio padre sintió el zarandeo propio de un caballo a la carrera cuando se tiene un mal asiento. Comprendió, solo allí, que cabalgaba con su hijo, quien lo sostenía cruzándole el brazo izquierdo sobre su pecho, directo hacia el puente colgante. Hacia su posible salvación.
El puente colgante
—¡Allí! —señaló Marco—. ¡Ya casi llegamos!
Vio a centenares de legionarios corriendo despavoridos hacia el puente. Legionarios a los que les dio alcance fácilmente y a los que dejó atrás en un santiamén. Montar a caballo tenía sus ventajas. Después de todo, aquellas paspaduras de testículos y los moretones en las nalgas se veían compensados con la gran ventaja de escapar de una muerte segura más rápido que el resto.

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Sevillano
Historical FictionMarco, un joven sevillano apasionado por la historia y a punto de recibirse de profesor en la materia, despierta en la Roma de Publio Cornelio Escipión: uno de los personajes históricos que más admira y de los que más conoce. Situación que lo maravi...