Campamento cartaginés en Liguria
—Hacía el sur —indicó Aníbal luego de examinar los mapas detenidamente—. Iremos en línea recta bordeando el río Arno. Hacia el sur.
Sus generales se miraron entre sí poco convencidos, pero ninguno se atrevió a cuestionar los deseos de Aníbal. Irían hacia el sur.
El sol comenzaba a ocultarse y el día había estado particularmente frío. Llevaban poco más de un día de marchas forzadas y la zona inundada del río se había ido transformando poco a poco de una zona embarrada al más insoportable de los pantanos. Un lugar abandonado por los dioses, pestilente y cargado de humedad.
Tarquinius jadeaba enterrando sus piernas hasta la rodilla con cada paso que daba y el esfuerzo se hacía cada vez mayor. Pilos le seguía de cerca intentando mantener el ritmo del ejército y del propio Tarquinius, lo que conseguía a duras penas.
—Es increíble que Aníbal haya decidido atravesar por aquí y no bordear el río por tierras más fáciles de transitar —comentó Pilos unos metros por detrás.
Tarquinius coincidía con él e insultaba mentalmente a Aníbal por tamaña decisión. Sin embargo, la determinación del general por atravesar aquella zona tenía cierta lógica, desde su mirada.
—Busca evitar cualquier enfrentamiento con las tropas romanas dispersadas por todo el norte de Italia —aseguró—. Cree que ningún cónsul romano sería tan estúpido como para adentrarse en esta zona para impedirles el paso.
—Impedirnos —lo corrigió Pilos.
Tarquinius suspiró avergonzado. Por momentos, creía que hubiera sido mejor aceptar la muerte conservando su honor que unirse de manera forzosa a las fuerzas del principal enemigo de Roma. Ni siquiera la perspectiva y la esperanza de encontrar la mejor oportunidad posible para escaparse y recuperar su libertad resultaban atractivas teniendo en cuenta su situación actual. Como no podía ser de otra manera, los galos los habían rechazado sin reparos ni disimulo y no perdían oportunidad para atormentarlos o buscarles pleito cada vez que se les presentaba una oportunidad. Desde orinadas en grupo a su tienda de dormir hasta prenderles fuego la ropa que dejaban secando colgada en la intemperie con intención de ayudarles a secarla. Luego de la tercera noche con el mismo tipo de rutinas, comenzaron a turnarse en guardias de dos horas para poder conciliar un mínimo de sueño antes de enfrentar un nuevo día.
—Ya casi no se ve nada y aún nos debe faltar un día entero de marcha para salir de este lodazal apestoso —se quejó Tarquinius.
Pilos levantó la cabeza.
—La noche nos cae encima en medio de este pantano infernal... menuda suerte la nuestra. Lo peor de todo es el olor... es insoportable —reconoció Pilos, que luego de varias patinadas que lo hicieron llenarse de fango hasta las orejas, apenas si era reconocible por el blanco de los ojos—. Se me quedará impregnado en la nariz por semanas.
—Salimos del frío de los Alpes y nos metemos en esta inmundicia pestilente cargada de humedad—agregó Tarquinius.
La voz de alto les llegó a sus espaldas y se detuvieron donde estaban. Uno de los líderes galos comenzó a dar indicaciones a varios de sus hombres y estos parecieron lamentarse. Poco a poco, la gran columna fue deteniendo su lento e inexorable avance. Aguardaban órdenes de Aníbal.
—Gracias a los dioses... estoy exhausto —dijo Pilos.
Tarquinius torció el gesto. Pilos no era el único agotado, el ejército entero lo estaba. De todas maneras, pensó, siempre se podía estar un poco peor.
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Sevillano
Historical FictionMarco, un joven sevillano apasionado por la historia y a punto de recibirse de profesor en la materia, despierta en la Roma de Publio Cornelio Escipión: uno de los personajes históricos que más admira y de los que más conoce. Situación que lo maravi...