Capitulo 37

125 16 33
                                    

[Mark]


En casa sólo había silencio. Mamá estaba sentada a la mesa, dándole vueltas a la cuchara con el café sin empezar. Hacía diez minutos que se había enfriado. Yo estaba en el suelo, encima de la alfombra, entretenido jugueteando con un cubo rubik que había encontrado por ahí. Ninguno hablaba y la tensión era claramente palpable. Mi madre no apartaba los ojos de mí, seguramente observando cada una de las marcas de mi torso.

Había acabado cansado intentando ocultarlas y esa mañana había salido de la cama sin camiseta, desnudo de cintura para arriba y con pantalones cortos, cosa muy rara en mí. No me gustaban los pantalones cortos, pero eran frescos para andar por casa. Apenas quedaban semanas para que empezaran el verano.

Empecé a tararear el nuevo single de One ok Rock y al cabo de unos segundos, mamá habló.

—¿Quién te hizo eso? —su tono era demandante, pero muy bajo, agotado. Yo ni siquiera la miré a la cara. Ya había completado dos caras del cubo.

—No lo recuerdo.

—¿Cómo demonios has podido ocultarme algo así? —se quedó callada unos segundos. —Mark háblame.

—¿De qué?

—No lo sé, pero dime algo, por dios.

—Pensé que por tener 18 sería libre como un pájaro. Podría hacer lo que me diera la gana... pero me equivoqué. Puedo salir y beber hasta hartarme, comer lo que quiera, elegir mi ropa, volver cuando quiera a casa, ver lo que quiera, salir con quien quiera... pero no sin que se me juzgue luego o sin que mi madre me la arme en cuanto aparezca por la casa. Sin que mis amigos me echen la bronca por mis acciones descabelladas. Puedo hacer lo que quiera siempre y cuando acepte ser juzgado luego. Eso no es libertad.

—Yo te doy libertad, Mark. Quizás demasiada...

—¿Eso crees? Mamá... —giré otra cara del cubo y automáticamente, hice la cara de color blanca, pero desbaraté la de color azul. Fruncí el ceño, frustrado, intentándolo de nuevo. —me gustan los hombres. —oí la exclamación ahogada de mi madre al escuchar mi confesión, como un grito, un último suspiro, como esas exclamaciones ahogadas que salen en las películas de miedo cuando la protagonista se encuentra cara a cara con su asesino, incapaz de escapar, incapaz de gritar aterrorizada, soltando un leve murmullo de pavor.

Preferí no mirarla a la cara para no tener que encontrarme con esa misma mueca de horror.

—Lo he descubierto este invierno. Soy gay, homosexual, maricón, desviado, marica, chupapollas... De la acera de en frente. Me gustan los hombres y ya he tenido relaciones. He tenido novio y el otro día me acosté con un chico. No soy virgen, he sido sodomizado, he hecho pajas y me he metido penes en la boca... lo siento mamá, pero es lo que soy.

—Oh, dios mío... —su voz se había resquebrajado. Su semblante severo había sido aplastado. Vi de reojo como se levantaba de la silla con las piernas temblándole como un flan y fui testigo de cómo volvió a desplomarse sobre la silla, incapaz de ponerse en pie. —No puede ser...

—Puede ser... —nunca había imaginado que acabaría diciendo algo semejante a mi madre. Nunca se me había pasado por la cabeza como sería la reacción de una madre al averiguar que su hijo era gay. Yo no lo veía tan horrible, tan horroroso, ni siquiera lo veía malo. No alcanzaba a comprender porque un padre o una madre podían llegar a escandalizarse de esa manera al saber que su hijo tiene diferentes gustos. ¿No es lo mismo que preferir el rosa al negro? ¿No es lo mismo que preferir libros a balones? ¿No es lo mismo que preferir pantalones largos a cortos? Sólo es cuestión de preferencias y cada uno tiene las suyas.

Cherries in the skyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora