Capitulo 31

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[Johnny]


Había pasado ocho meses ahí. Ocho meses desde que mi padre me echó de casa y vine a vivir con mi madre y mi hermano a un barrio de clase más o menos alta en Nueva York. Recordaba perfectamente mis días en los barrios bajos de Chicago, pasándome las horas muertas en la calle con mis colegas, jodiendo a los demás, haciendo daño a la gente, teniendo sexo duro con chicas fáciles y no tan fáciles. Después de todo, había llegado la hora de regresar ahí.

Me habían roto la nariz. Nunca hubiera llegado a pensar que ese mocoso tuviera tanto valor y fuerza como para hacerlo.

Cuando llegué a casa de mi madre, empecé a recogerlo todo. Me cambié de camiseta y me miré en el espejo del baño. Tenía la nariz completamente destrozada y no paraba de sangrar. Otra persona hubiera ido al hospital, yo no. Yo me llevé la mano a la nariz, me la agarré con fuerza y le di una sacudida para colocármela en su sitio, igual que hacía cuando el hombro se me salía después de una pelea. Grité en cuanto me la coloqué. Aquello había sido mucho más doloroso que colocarse un hombro y ni siquiera sabía si lo había hecho bien. Pero por lo menos, dejó de sangrar.

Agarré las maletas y las arrastré hasta el coche. Mi madre observaba fijamente cada uno de mis movimientos, cruzada de brazos en el umbral. Cuando pensaba que ya no quedaba nada más, recordé aquella sudadera, la que le presté a mi hermano ese primer día para que no tuviera frío y la cual siempre tenía debajo de la almohada. Lo sabía desde el primer día. Recuerdo que se puso rojo cuando lo pillé y empecé a decirle que seguramente la usaría para recordarme mientras se masturbaba. Después de eso, lo dejé en paz. Era divertido verlo dormir abrazado a ella. Pero ahora me tocaba recuperarla. Cuando cogí la sudadera de manera furtiva, recordé cuantas veces lo había follado en su cama, como gritaba, como le gustaba, como se dejaba hacer, como alzaba el culo y lo restregaba contra mi, bien dispuesto a hacer todo lo que yo quisiera hacerle, incluso pegarle e insultarle. Sí, sobretodo eso. Le encantaba sentirse dominado. Tuve que salir de su cuarto corriendo para no excitarme pensando en su cara de zorra mientras me lo tiraba.

Cuando cogí todo, me subí al coche y arranqué, saliendo rápidamente de allí sin dirigirle una última mirada a todo lo que esa casa representaba para mí. Sin mirar a mi madre una sola vez, sin cruzar palabra con ella. Menos mal que Mark no estaba allí.

Me pregunto, ¿Cómo habría sido todo si nunca me lo hubiera follado? Seguro que no tan divertido ni excitante como lo que habíamos vivido. Ahora, me tocaba volver a mi lugar. El lugar del que nunca debería haber salido.

—Jeffrey... —me llevé el teléfono al oído mientras tomaba una curva. Mi amigo contestó enseguida, eufórico al escucharme. —Vuelvo a casa, para siempre... Sí, bueno, aquello no era mi lugar. No encajaba allí... ¿Estás con Ten...? Entonces no le digas que vuelvo, a nadie. Será... —sonreí, mirándome en el espejo retrovisor. —... Una sorpresa. —colgué el móvil y lo lancé sobre el sillón del copiloto. Iba a encenderme un cigarro cuando miré la pantalla de reojo.

Mark...

Los nudillos se me pusieron blancos de la fuerza con la que apretaba el volante cada vez que miraba esa foto suya en mi fondo de pantalla. Al poco rato, paré el coche a un lado de la carretera. Agarré el móvil y le arranqué la batería, lanzándola a los asientos traseros. Dejé caer la cabeza sobre el volante, apoyando la frente en el, suspirando agotado. De repente tuve que salir del coche guiado por una necesidad vital y me incliné hacía delante, vomitándolo todo hasta que sólo la bilis afloró de mi estómago.

Nunca me había sentido tan mierda...
















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