15. Ley de las aceitunas

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Jackson

—Ya sabes, la ley de las aceitunas —repite por quinta vez.

—Ross, estoy muy ocupado.

Tengo tantos papeles sobre mi escritorio que parecen jamás terminarse, a pesar de haber finalizado una enorme pila de hojas hace dos horas, siguen creciendo, como si hubiera un enorme hoyo debajo de mi escritorio en el que están almacenados todos los papeles que he juntado a lo largo de tantos días sin venir a trabajar.

—¿Quieres ir a comer? —me ignora—. Puedo hacer reservaciones en...

—Ocupado —repito.

—Es que estoy tan solo —dramatiza.

Dejo los presupuestos que tenía en la mano y lo miro con seriedad, quiero complacerlo como me sucede con todas las personas a mi alrededor.

—¿A dónde quieres ir a comer?

—¿Pizza? —se me revuelve el estómago de escuchar el nombre—, ¿Sigues enfermo?

—Si —arrugo las cejas.

Cuando llegué a mi departamento pasé toda la noche en el baño, vomitando, con diarrea y sudoroso, yo culpé a las hamburguesas, pero no quise decirle nada a Harriett cuando pasamos la noche entera platicando por mensaje, así que llevo mi dolor en secreto y con Ross, que prácticamente es decírselo a todo el mundo.

—Entonces ensalada.

—Por favor.

—Yo conduzco —se levanta.

Cuando salimos de la oficina, le pido a Sam que me mantenga al tanto de todo y que me pase las llamadas a tiempo, pero intuyo que no lo hará, así que me voy con el nerviosismo de que perderé todas mis llamadas importantes y finalmente, quedaré en la pobreza y viviendo en una caja de cartón.

—Entonces, la ley de las aceitunas —repite cuando comienza a manejar.

—Dios —recargo la cabeza en el respaldo del asiento.

—¿Sabes que Adam odia las aceitunas?

—Si, crecí con él —asiento—, también sé que tú las adoras —suspiro— y por eso son la pareja perfecta. Lo has repetido todo el día.

—Exacto —me mira con las cejas arriba.

—Conduce —señalo el camino.

—En fin —suspira—, ella es tu alma gemela.

—Si —asiento con una sonrisa—, pero en amiga.

—Que cursi —veo como pone los ojos en blanco—, no existe tal cosa.

—¿Qué hay de Abby y Demien?

—Es diferente, ellos son muy raros.

—También ella —vuelvo a sonreír—, me invitó a bailar.

—No sabes bailar —me mira con preocupación y regresa la vista a la carretera casi de inmediato—, debes ir a clases para que vea que lo harás bien en su boda.

—Ross.

—Lo siento, pero el anillo que guardas en el cajón de tu habitación no puede permanecer ahí para siempre.

—¿Cómo sabes que está ahí?

—Eso no importa.

—Dejando de lado el tema de Harriett —arrugo la frente—, ¿No crees que sería extraño darle un anillo de compromiso que fue hecho para otra mujer?

Cuando Un Infinito Termina (corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora