2. Sueño

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Harriett Cromwell

Cuando estoy soñando, mi mente vuela a mil por hora, ni siquiera me doy cuenta de que es un sueño, a veces, me encuentro tan inmersa en la fantasía abrumadora que, al despertar, sigo creyendo que todo es real, que lo que acabo de soñar es un recuerdo.

Pero no es así.

Siempre me levanto antes que todas, merodeo por el departamento miniatura que jamás será lo que he deseado y llego a la conclusión de que he desperdiciado los mejores años de mi vida persiguiendo un sueño del que siempre voy a despertar, sin importar qué. Cierro los ojos con dolor al sentir el aroma a café recién hecho, tan familiar que me presiona el pecho, tan asfixiante que tengo que volver a abrirlos para asegurarme de que sigo viva.

Si, es una mierda.

Lo bueno es que siempre termina, me siento en el sofá gris miniatura que apunta a la ventana porque no tuvimos dinero para una televisión y espero, cierro los ojos y espero la brisa que entra todas las mañanas directo a mi rostro porque Caitlyn olvidó cerrar la ventana, espero que la tetera haga aquel ruido espantoso porque Lara se volvió a quedar dormida mientras preparaba su café mañanero y espero la primera llamada de mi madre para asegurarse de que estoy bien. Entonces realmente lo estoy.

Vuelvo a poner mi cuerpo en movimiento; cierro la ventana, apago la estufa y le respondo a mi madre.

Hola, mi amor —escucho su voz tierna y su familiar acento me reconforta—. ¿Cómo estás?

—Muy bien, madre —apago la estufa.

Sigo esperando que me digas la verdad —recita con voz melódica, su voz de mamá.

Mi madre es la única persona con la que no puedo ser totalmente honesta. En realidad, mi madre, mi padre y mi hermano.

—Si te digo la verdad tendrás un ataque de nervios y...

Muy tarde, ya lo tuve —canturrea como si estuviera en un musical—, Haynes...

—¡Madre!

—Tu hermano tiene una cosa del trabajo —finalmente grita.

Es como si el corazón se me cayera a la velocidad de la luz, quiero vomitar la pasta de dientes.

—Mami, yo ni siquiera tengo espacio para... —el timbre del departamento suena—, te llamo luego.

—No me gusta esa jerga estadounidense que...

Cuelgo el teléfono antes de que continúe criticando la manera en que mi acento británico se desvanece cada año que paso en Estados Unidos y camino hacia la puerta.

Toda mi familia cree que sigo viviendo como estrella en Los Ángeles porque eso elegí decirles, en lugar de tener la espantosa charla de cuando tienes que mudarte con dos desconocidas porque no te alcanza para vivir por tu cuenta.

Abro la puerta con alegría para recibir a algún repartidor, pero me siento en un sueño cuando veo a mi hermano frente a mí, quisiera estar en un sueño.

—Haynes...

—Buenos días, Harriett —mete la cabeza al departamento—. ¿Estoy en Los Ángeles?

—Eso depende —levanto los hombros—. ¿Estas realmente drogado y te olvidarás de esto cuando cierre la puerta?

—¿Esa es una clase de humor americano? —entra con pasos lentos, echando miradas acusadoras por todos lados—. No me gusta.

Haynes parece un distinguido miembro de la sociedad con esa vestimenta elegante y la mirada de ser dueño del mundo entero y lamentablemente lo es, no tengo nada malo que decir de él además del hecho de planear emboscadas y decirme constantemente lo que hago mal en mi vida a pesar de ser menor que yo.

Cuando Un Infinito Termina (corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora