Extra

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El agua helada hace contacto con mi piel al mismo tiempo que los sonidos de afuera me marean, quiero vomitar en el lavabo, pero sé que Liza no me lo perdonaría, no volvería a hablarme si supiera que vomité de nuevo en su baño y hui después de romper algunos floreros.

Cierro la llave del grifo y seco mi rostro con mi camiseta roja al tiempo que salgo del baño, entonces me encuentro con las personas moviéndose demasiado rápido, golpeando sus cuerpos con otros cuerpos, juntando el sudor y llenándose de gérmenes ajenos.

—¡James!

Aun así, me meto entre esa gente para escapar de la persona que me ha gritado toda la fiesta, comparto los gérmenes de los demás solamente para lograr salir de la casa sin tener que hablar con ella. Afuera, las estrellas son lo único que ilumina la oscuridad de la calle casi abandonada en donde Liza vive. Me enseñaron a adorar las estrellas, pero ahorita lucen siniestras, como si fueran a maldecirme.

Uno, Osa mayor. Dos, Caelum. Tres...

—¡Hijo de perra!

No me gusta meterme en los asuntos de nadie, de verdad que no, mucho menos cuando estoy en una calle parecida a esta, pero ver a tres sujetos golpeando a uno solo es la clase de injusticia a la que me educaron defender. Corro hacia ellos y jalo a uno de la espalda para soltar un puñetazo con todas mis fuerzas, sin darme cuenta de que se trata de Sander.

—¡¿Qué demonios?!

El chico golpeado yace en el suelo mientras los tres bravucones de la preparatoria me miran asombrados y se retiran al tiempo que murmuran entre ellos.

—¿Estas bien? —le extiendo la mano.

Él la toma con recelo, pero se levanta con mi ayuda sin hacer ninguna clase de gesto de gratitud, mucho menos palabras. Lo observo con detenimiento de pies a cabeza sin reconocerlo.

—¿Por qué te estaban golpeando?

—Porque son idiotas —pone los ojos en blanco—. ¿Por qué tú me defendiste?

—Porque yo no lo soy.

—Seguro —ríe con sarcasmo, ofendiéndome—. ¿No eres James Willbourn?

—Debo ser un idiota porque soy un Willbourn —asiento lentamente—. A la próxima agradece cuando te salven de morir.

—No necesitaba tu ayuda —se acomoda la camiseta.

—Vete al diablo —arrugo la frente.

Me giro para volver a la casa y camino con pasos rápidos, aun así, lo escucho perfectamente.

—Idiota —murmura, lo bastante alto para que lo escuche.

Resisto las ganas de golpearlo yo mismo y entro de nuevo a la casa, en donde me espera Robin, quien ha visto todo desde la ventana de la cocina.

—Lo estaban destrozando, yo lo vi todo. Eres un héroe —me acerca un vaso rojo que rechazo de inmediato.

—¿Quién es?

—Marco —gira los ojos—, es becado.

Continúo mirándolo desde la ventana, se sienta en la acera, revisa su teléfono y, finalmente, se va cuando un coche rojo llega por él.

Marco.

Cuando Un Infinito Termina (corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora