Elizabeth James
Era veinticinco de junio del año 1991, yo había pasado tres horas arreglándome para mi fiesta de presentación, tenía diecinueve años y había estado masajeando mi rostro cien veces hasta que tuve bien aprendidos los gestos que haría esa noche, practiqué mi sonrisa más coqueta, mi saludo más agradable, mi apretón de manos más firme y moví mi cabello miles de veces hasta que conseguí que luciera perfecto, hasta que finalmente, me puse dos broches dorados en cada lado que combinaban con la joyería dorada que mi madre me había obligado a utilizar.
—Elizabeth —abrió la puerta.
Recuerdo haber reunido todas las fuerzas que me quedaron después de la practica intensiva de gestos y la miré con valentía fingida, yo nunca fui valiente cuando se trataba de ella.
—No quiero bajar.
—No te pregunté si querías hacerlo.
Mi madre era una de las personas más estrictas del mundo, a veces era una mujer muy dulce, pero la mayor parte del tiempo necesitaba que las cosas se hicieran como ella quería, y por la mayor parte del tiempo, me refiero a aquella estúpida fiesta y a mi vida entera.
Yo soy la segunda de tres hermanas, mi hermana mayor se había casado un mes antes de aquel día y eso significaba que yo debía ser la siguiente en casarse antes de que la más pequeña fuera presentada en sociedad, como en 1800, como si fuéramos objetos con los que mi madre podía negociar, lo peor es que, en algún momento de mi vida, yo juré que jamás sería como ella, una esposa cuya única responsabilidad era cuidar de sus hijos, me quería convertir en una diseñadora de modas, aunque en ese momento todo eso me parecía un vago sueño de niñas, creía que estaba por conocer a la persona con quien me casaría y tendría hijos, todo lo que creía antes de esa noche parecía estar esfumándose, y no era así, solo que todavía no lo sabía.
—Dame un segundo.
—¿Qué te falta?
—Ganas.
Quise retractarme en cuanto lo dije, pero era demasiado tarde cuando ella me miró con los ojos de siempre, esos que me anunciaban que una bofetada venía en camino, así que me levanté sin decir nada más y bajé las escaleras detrás de mi madre sin soltar la falda de mi vestido, ella no era como mi papá, quien fue la persona más dulce que ha vivido en la tierra, ella no me abrazaría hasta que yo supiera que me quería, ella no echaría a toda la gente de abajo solo porque no me sentía cómoda, ella no era como mi papá y se fue al final, cosa que jamás me pareció justa.
La casa de campo era una herencia de mi papá desde hacía muchísimos años, es clásica, parecida a un pequeño palacio a las afueras de la ciudad, tiene un enorme patio que luce como un bosque, pero lo que más me gustaba cuando tenía diecinueve era la cocina clásica en donde había hecho millones de platillos para mis hermanas, la oficina de mi papá en donde podía coser prendas de ropa y mi habitación, en donde solía encerrarme hasta que mi madre entraba por mí, era el lugar perfecto para formar una familia.
Saludé a toda la gente y agradecí su asistencia, todo tan falso como mis gestos, hasta que me encontré con alguien a quien de verdad me alegraba ver.
—¡Liz!
Recuerdo bien a Emilie a los dieciocho años, ella era una de mis únicas amigas en el mundo, además de mi mejor amiga Kylie, quien no pudo asistir aquella noche porque estaba casándose con el amor de su vida con quien más tarde tuvo dos preciosos hijos de la edad de los míos, Adam y Tracy, en fin, Emilie corría hacia mí con su vestido manchado de café, uno de sus tacones estaba roto y el cabello desordenado con varias hojitas, como siempre, como la recuerdo, libre.
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Cuando Un Infinito Termina (corrigiendo)
RomanceAbby lo quería, de eso estaba seguro, pero hacía muchos años que había dejado de sentir la chispa que ahora sentía por otro y eso lo asustaba, cada vez que despertaba estaba aterrado, siempre aterrado de que alguien más tomara su lugar. Jack estaba...