32. Leia y Muriel

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La lluvia no ha parado desde que salimos del bar, lo que significa que el camino hasta el coche de Jack ha sido como lanzarnos a un río porque, como persona de mente menos privilegiada, él se estacionó a más de cinco calles del bar, cuando este tiene estacionamiento privado. Además, como siempre, Jack lleva uno de sus carísimos trajes azules y lleva casi veinte minutos parado debajo de una parada de autobuses para no mojarse.

—Nunca vamos a llegar si no te mueves.

—¿Y si vas por mi coche?

—Eres un cobarde —me cruzo de brazos.

—Oye, yo quería ser romántico —me señala—, pero no creí que...

—Había estacionamiento detrás del bar —protesto—. Estacionamiento privado.

—Lo siento.

Le sonrío porque no deseo continuar peleando por estupideces cuando podríamos hablar de lo que haremos a continuación, pero creo que eso llevaría a una pelea eventualmente.

—¿Puedo preguntar...?

—Depende —sonríe.

—¿Qué fue eso de un ''antiguo amor''? —hago comillas.

—Mi ex prometida, ella fue madrina de Alex.

—Ya veo.

—¿Estás celosa? —alza una ceja.

—Quisieras —achico los ojos—. ¿Sabes qué? —me quito el cárdigan que llevaba puesto.

—¿Puedo cubrirme con...?

—No —lo señalo—. Vamos a caminar y no me interesa que...

Un autobús pasa a nuestro lado tan rápido que me empapa completa con el agua más mugrosa de toda la ciudad, un enorme charco gris.

—¡Imbécil! —abro los ojos.

Jack no hace más que reírse mientras siento agua en todas partes junto a lo pesada que se pone mi ropa.

—De acuerdo —detiene su estúpida risa—, nos iremos al coche.

Lo miro con la peor mirada que puedo hacer y continúo caminando hacia donde dijo que estaba. Una vez que llego, trato de abrir la puerta, pero él detiene mi mano antes de llegar a ella.

—¿Qué?

—Estás mojada.

—¿Y qué sugieres? —me cruzo de brazos.

—Quítate la ropa —sonríe.

—Ábreme la puerta —trato de no reír y continuar enojada, pero no lo consigo.

—Toma.

Se quita su saco y me lo entrega.

—¿Qué se supone que haga con esto?

—Póntelo.

—Dame la camisa entonces —me cruzo de brazos.

Jack sonríe de nuevo y asiente con la cabeza mientras mira a los lados.

—Puedes subirte así.

—No, ahora quiero la camisa.

—Harriett.

Me acerco a Jack lo suficiente para que sus labios rocen mi rostro, pero en lugar de besarlo como el cree, desabotono su camiseta y, al terminar, me quito la mía.

—¡Harriett!

—No hay nadie aquí.

—¿Y qué quieres? ¿Tener sexo aquí?

Cuando Un Infinito Termina (corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora