"Papá, aveces quisiera ser de diamantes sin embargo, cómo ya sabrás, sólo soy una imitación de aquello que una vez juré ser"
—Chicos, déjenlo dormir. El lunes pueden regresar —dijo el señor Hinata al ver a aquel grupo de chicos por quinta vez en el transcurso de descanso de su hijo.Habían pasado dos semanas y aquel moretón en su cabeza ligeramente marcada por una línea Blanca los había obligado a quedarse por tres semanas si ocurrían complicaciones. Con ello los compañeros de voley de su hijo y un grupo de estudiantes de su salón parecían llegar preocupados y con muchas cosas para entretenerse, siempre y cuando, no fueran libros o videojuegos según el doctor.
La charla entre ambos adultos fue estresante de digerir, desde la confesión de su hijo y la carga que tuvo que sobrecargar sólo hacían al mayor de cabellos naranjas y ojos azules un hueco lleno de culpa verde y odio negro.
Había miseria en su mirada fija a la ventana que aunque cerrada, podía percibir las calles que rodeaban su dirección actual; con su hijo descansando por fármacos acariciaba sus cabellos suspirando e intentando ser el mismo que hace años prometió ser la ayuda que sus dos hijos tanto necesitan. Su hija dormía en uno de los sofás con su frazada rosa favorita y una almohada de su habitación, en sus brazos tenía preso un conejo gris de peluche y orejas con el centro en forma de corazón rosa pastel.
El señor sólo era un espectador, uno que deseaba con toda su alma no ser. Hacia más frio que hace un mes, el entrenador de su hijo preguntó por su estado de salud los primeros días, comentó que hubo un ataque de pánico -lo que no era mentira- sin dar más detalles sobre cómo y que hizo en ese trance, ama tanto a sus retoños que no soportaría los nervios de ambos niños.
No, Hinata estaría más que nervioso, sería un completo desastre en todos los esfuerzos de confianza que trabajaron hace años y en Natsu habría esa sensación de alejarse otra vez. El señor tenía lagrinas tenues en los bordes de sus ojos, estos resistían sin embargo, como ser humano caían débiles por los marcos de su rostro.
Pensó en todo el dolor que sus hijos tuvieron que cubrir en cada carta, en esas veces que aunque tristes no hacían más que ocultar algo que su madre ocultaba. Recordó con rencor a si mismo aquella oferta de trabajo y como a pesar de su esposa alegre los rostros de sus hijos demostraron mas que decepción ocasional.
En esos ojos le pedían ayuda y ahora darse cuenta de aquello hicieron sostener su rostro entre manos y pensar tantas veces la culpa que le carcome. Era tan poca a comparación de sus hijos y sus sentimientos, lo sabía, de todos modos quería haber sido él quien sufriera en vez de verlos a ellos como ahora.
Sabia que tendría que hablar con su hijo sobre las marcas en sus muslos, así como intentar ayudarlo si con Martha no alcanzaban a desenterrar los miedos ocultos de ambos niños ahora dormidos, parecen no dejar de fruncir sus ceños.
Recordó en esos instantes como su hijo le sonrió de verdad al mismo chico alto de cabellos azabaches por una broma llena de insultos sutiles pero no fuertes entre sí, así también las respuestas del chico que logró hacer que su hijo mantuviera sus manos entrelazadas sin querer lavarse las manos o sentirse incómodo por aquella pequeña acción.
Parecía que su hijo reconstruía de a pocos su vida y que aquel chico, junto a los otros tres tan diferentes y ese dúo de su salón llegaban a él sin parecer intentarlo tanto. Sonrió con lástima al reconocer que si siguieran en aquella casa donde ocurrió el desastre, nada de estas amistades aparecerían ante sus ojos.
Con cansancio miraba a sus hijos hasta que al dormir, una mano acariciaba sus cabellos tan igual a cómo él lo había hecho antes en la madrugada, era tan sencillo decir que su hijo miraba a Natsu dormir mientras hacía esto, así como su mirada era la cansada y deprimente visión que de niño logró encubrir y que ahora conoce como algo normal.
Sonrió un poco cuando su pequeña se despertó y abrazó a él y a su hermano, quién parecía más calmado que hace tres días de todo el tiempo en este hospital.
Era sábado, el doctor volvía con unas enfermeras y al salir de aquella habitación con su hija en brazos le decían que no había más complicaciones en su cabeza, advirtiendo que debería hablar con su psicóloga sobre alimentación, argumentando que a pesar de jugar un deporte y ser bastante activo tenia poco peso para su altura.
Quiso comprender desde ese día el motivo de su pocas ganas de alimentarse, con ello las extensas horas de ejercicio semanal. Pero con un doctor hablando de ello como un desorden le hizo pensar si realmente habría algo que debieran charlar.
En esos momentos anhelaba tener a su hijo en un envase de cristal para no verlo como hace tantos años atrás. Quería sentir y verlo feliz realmente, sonriente o quizás cómo él guste, apreciando las cosas que están frente a él y no las que jamás se podrán modificar.
Pensando de modificar aquel chico junto a otros dos aparecían con una canasta de cosas, sonriendo el peliverde y los otros dos con calma pidiendo permiso para ver a su hijo. Sonrio viendo que el medico reía de su entusiasmo de aquellos buenos amigos que su paciente tiene.
—Claro que pueden, las enfermeras se irán en unos minutos y podrán reunirse con él —comentó el doctor sonriente y con él se miraron tras verlos entrar por aquella puerta.
Avanzaron por los pasillos y lo que ocurrió en esa habitación, sería un pequeño secreto que su hijo algún día le dirá, mientras tanto, besaba la mejilla de su hija y caminaban hacia uno de los pisos de abajo para desayunar, ir a casa a cambiarse y regresar.
Su hijo y sus amigos no sabían que pronto regresaría a la escuela. Y con ello muchas cosas que le dijeron, sabiendo, que su hijo estaría emocionado de volver.
Psdta: feliz día del padre.
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Drowning (Haikyuu!!)
Fanfic"El agua es incolora pero a la vez se ve azul. Es densa cuando le tienes miedo y no te daja escapar. Parece amigable, aveces pudo serlo. Nadie me dijo que eso podría matar a alguien" Hinata Shouyo tiene muchas cosas por ocultar de sus compañeros...