Capítulo 23: Piezas sin encajar

612 65 84
                                    

CAPÍTULO 23: PIEZAS SIN ENCAJAR

Es difícil creer que el destino de un hombre sea tan bajo que le lleve a nacer sólo para morir.

 Mary Shelley

Ni siquiera me extrañé cuando vi que mis ojos no me habían engañado pese a tener una capa de lágrimas dificultando mi visión. Logré disimular las emociones que habían conseguido hacerme olvidar el verdadero motivo de mi presencia en aquel lugar, aunque pude intuir por cómo me miraba que mi estado no había conseguido pasar desapercibido del todo.

—¿Vera? —mis intuiciones habían sido más que acertadas al pensar que ella estaría de nuevo involucrada en algo que tuviera en cierta medida relación conmigo.

—A quien menos me esperaba encontrar aquí era precisamente a ti —me confesó ella con un intento de sonrisa en su rostro, aunque se notaba que solo era para suavizar un poco el ambiente tan tenso que había entre nosotros en tan peculiar lugar. Llevaba un simple jersey de color negro que resaltaba más si cabe la oscuridad de sus ojos y endurecía sus rasgos dándole un aspecto más adulto, una impresión totalmente distinta a la que tuve en nuestro primer encuentro en el rellano de mi casa. Su pelo era el único que parecía seguir conservando ese aire aniñado y desenfadado tan característico de ella.

—La sorpresa es mutua —le respondí con seriedad. "Aunque la verdad es que no sé de qué me extraño” dije para mis adentros.

—Sin duda el mundo es un pañuelo, aunque en este lugar es mejor no encontrarse —suspiró ella mirando a su alrededor—. Por cierto, esta es Irene, compañera mía de la universidad y ahora de trabajo.

Ninguno habíamos reparado en la muchacha que la acompañaba que nos miraba sin entender. Era algo más alta que Vera y llevaba una ropa lo mismo de sobria que la de su amiga. Lo que más le destacaba era su cabello rubio, largo y rizado recogido en una trenza que le caía sobre el hombro.

—Encantado, yo soy Gabriel, vecino de Vera —la saludé. Nos acercamos, nos dimos un par de besos y después retomamos nuestra posición inicial. Hizo un intento por sonreír con amabilidad, pero solo llegó a poner una leve curvatura en sus labios. Se la veía muy afectada por la muerte de aquel agente. 

—¿Conocías a Óscar? —la pregunta de mi vecina me obligó a apartar la vista de Irene.

Sin duda aquello me pilló totalmente desprevenido. Era normal que me preguntasen eso, pero había olvidado tener preparada alguna excusa que justificara mi presencia allí. Podía haberle contestado simplemente que trabajaba en el cementerio de al lado pero, aunque fuera verdad, eso no explicaba el hecho de que me hubiera visto al borde de las lágrimas. 

—Sí. —Mi monosílabo sonó suficientemente convincente aunque ambas se me quedaron mirando con ganas de saber algún detalle más.  

—Miente. —Una voz seca y contundente consiguió sobresaltarme. Por un momento temí que me hubieran delatado y que quedara en evidencia. Sin embargo, ninguna de las dos chicas pareció inmutarse al escuchar aquello—. No he visto a este tipo en mi vida —sus últimas palabras me devolvieron de nuevo la calma. No había nada de lo que preocuparse.

Solo tuve que girar levemente la cabeza hacia la compañera de Vera para localizar al dueño de aquella voz. Estaba en lo cierto, al lado de Irene se encontraba el mismo joven pelirrojo que el de la foto que presidía el centro de la sala. 

—Espera un momento…¿Puedes verme? —En ese instante fue él el que se sorprendió. No dudó en acercarse a mí para cerciorarse de que mis ojos conseguían seguir su movimiento.

No quieras volverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora