Capítulo 27: Confesiones

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CAPÍTULO 27: CONFESIONES

Procurando lo mejor estropeamos a menudo lo que está bien.

 William Shakespeare


Poco a poco el bullicio de la sala quedó reducido a un suave murmullo, más que bienvenido por aquellos que llevaban allí desde el comienzo del velatorio.

Cada vez era más palpable la huella del cansancio en los rostros de los que habían decidido acompañar a Óscar en sus últimos momentos antes de ser enterrado. Eran pocos los que aún seguían en pie. La mayoría habían ocupado las sillas y los sillones crema de la estancia. Solo una persona seguía sin apartar la mirada del féretro, como si hacerlo supusiese desperdiciar los segundos más importantes de su vida.

—Las dos deberíais dormir un poco antes del entierro —la voz cálida de Leo consiguió sacarla de sus pensamientos. 

Vera tampoco dejaba de mirar a Irene, sentada unos metros delante de ellos. Había conseguido convencerla de que tomara asiento para descansar algo más después de haber estado varias horas de pie. Sin embargo, parecía imposible apartarla de la urna de cristal que acogía el cuerpo inerte de Óscar.

—No creo que quiera pero tampoco que pueda —le respondió ella apoyando la cabeza sobre el hombro del muchacho —. Me rompe el alma verla así. No hago más que ponerme en su lugar y de pensar que te pudiera pasar a ti una cosa así se me abren los ojos de par en par.

—Venga Vera no me seas tontita —le dijo pasándole con ternura la mano por el pelo —. Yo no me juego la vida en mi profesión. Debería ser yo el que tendría que preocuparse de que estés en la Unidad de Rescates.

—Solo soy una residente. No creo que tengan la osadía de mandar a los más novatos a una misión especialmente peligrosa. —Al menos eso era lo que se decía ella para evitar preocuparse más de la cuenta.

—Eso hubiera sido lo lógico con el anterior director, pero con este...Me estoy planteando muy seriamente el intercambiar unas palabritas con ese tipo —le dejó caer medio en broma aunque en realidad era algo que de verdad había pensado, más aún intuyendo que su jefe podría estar detrás de aquel cambio de director. 

—Tú lo que quieres es que me echen.

—Pues mira, ahora que sacas el tema, creo que así me quedaría más tranquilo.

Vera se incorporó con brusquedad para mirarle directamente a los ojos.

—¿Qué? —se encogió él de hombros mientras sostenía su mirada divertido.

—Ya sabes lo que pienso de ese tipo de comentarios. ¿O te lo tendría que repetir?... Pero vamos que si tengo que repetirlo para que así quede más claro, lo haré con mucho gusto —le contestó con seriedad.

Leo sonrió:

—Que sí, que sí —le susurró atrayéndola hacia sí—. Parece mentira que aún no reconozcas cuando estoy de broma.

—Por si acaso.

—Ya claro.

—Si me conoces, también sabrás que me gusta dejar las cosas claras —se justificó ella.

—Como el agua —completó Leo divertido.

Vera sonrió y se dejó caer de nuevo sobre su hombro. Solo habían pasado unas semanas desde su último encuentro pero era difícil no extrañar esos momentos en los que se sentía arropada por sus brazos. No sabía cómo se las apañaba para acabar sacándole siempre una sonrisa aun cuando más complicado parecía hacer ese simple gesto. Se sentía afortunada de tenerle a su lado. Había sido la primera vez en la que atender a los heridos de un aparatoso accidente le había traído alguna cosa buena, más allá de la recompensa personal que significaba para ella el salvar alguna vida. 

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