Capítulo 12: Al límite de la paciencia

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CAPÍTULO 12: AL LÍMITE DE LA PACIENCIA

En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven.

Nicolás Maquiavelo

Me quedé allí parado, como un idiota. Mi mente era aún incapaz de asimilar todo lo ocurrido. Había creído que lo del día anterior solo había sido un mero desliz que jamás se volvería a repetir. Pensaba que lo tenía todo bajo control pero de nuevo la cruda realidad me había apuñalado por la espalda.

Todavía mantenía la pistola en mi mano. Eso era todo lo que me habían dado, ¿y para qué? ¿Para no tener las agallas de erradicar aquel problema de raíz? Siempre con la esperanza puesta en aquellas almas y ese era el pago que recibía a cambio. Todos eran unos malditos cobardes. Unos inútiles incapaces de ver una dichosa luz que pusiera fin a su sufrimiento en aquel lugar de transición. ¿De qué me extrañaba? Si en vida se solía escoger el camino más fácil por qué no iban a hacerlo en ese momento. Eran plenamente conscientes de todo y yo les dejaba marchar indemnes. El problema era yo, no ellos. Mi compasión había sido su aliada y no iba a permitir que ella se volviera a interponer en mis decisiones.  

Emití una larga espiración para soltar toda la furia que me corroía por dentro. Mi giré y vi que ellos parecían estar disfrutando con la situación. También seguían allí, inmóviles, pese a que su querido Lázaro ya se había esfumado.

—Solo os quiero hacer una pregunta—les dije arrastrando con dureza cada una de mis palabras—. ¿De verdad pensáis que voy a estar siempre procurando que no perdáis lo único que os queda: vuestra alma?

Obviamente nadie respondió. Tampoco esperaba que fueran a hacerlo. 

—Siempre le habéis tenido respeto a esta pistola, aunque poco a su portador, ¿me equivoco? —aquel silencio no me iba a amedrentar lo más mínimo—. Pues bien, desde ahora tendréis motivos más que suficientes para temerme. Me he empezado a hartar de vuestra actitud y desde ya os digo que la próxima vez no dudaré ni un segundo en apretar el gatillo. Así que por vuestro bien, esperemos que no haya esa próxima vez.

Mi rabia era más que palpable así que si no eran tontos sabrían que aquello no era ni mucho menos un farol. 

No dije nada más, enfundé mi arma y me dirigí al puesto de control para intentar arreglar de nuevo la red eléctrica. 

¿Cómo era posible que Lázaro fuera capaz de controlar la luz del recinto a su antojo? ¿Y aquello de desaparecer como si fuera un alma más? ¿Sería acaso que además de devolverle a la vida también le otorgaron alguna clase de poder sobrenatural? A esas alturas ya no me sorprendía de nada. Parecía que yo siempre andaba un paso por detrás de él, al fin y al cabo no era más que un ser humano de carne y hueso con una pistola capaz de matar a espíritus. 

Tuve una sensación extraña cuando entré en la pequeña cabina de mandos. Si nada de lo anterior hubiera sucedido, me habría fiado de mi instinto, pero no fue así. Sabía que aquellas últimas horas me habían arrebatado gran parte de mi sentido común y que seguramente lo que notaba no sería más que imaginaciones mías. Así que sin darle mayor importancia comprobé los circuitos del centro a fin de hallar un arreglo provisional a aquella odiada negrura.

Podía oír mi respiración, aparentemente calmada, pero cada vez me convencía más de que no estaba solo en aquel lugar. Sentía la inquietante presencia de unos ojos espiando mis movimientos en la oscuridad. Encendí la linterna y continué como si todo estuviera en perfecto orden. Abrí el cuadro de mandos donde se encontraban todos los interruptores del recinto. Todos y cada uno de ellos se encontraban bajados. Comencé a subirlos uno a uno, empezando por los que correspondían a las secciones más alejadas hasta acabar por aquel que iluminaría también la cabina donde me hallaba. Desvié disimuladamente el haz de luz de la linterna hacia el escondite de mi supuesto espía y miré de reojo al suelo. No supe si alegrarme o preocuparme al apreciar la silueta de una persona proyectada en el pavimento. Pero lo cierto es que no estaba de ánimos para más jueguecitos por aquella noche.

En cuestión de escasos segundos extraje mi pistola del abrigo y le apunté tanto con el arma como con el foco led de la linterna.

Sin duda aquello le pilló completamente desprevenido a mi perseguidor pero también a mí mismo.

—¿Quién diantres eres? —no pude reprimirme la sorpresa que sentía en aquel momento. Aquella figura no correspondía a ninguna de las almas que custodiaba, es más, lo que tenía delante de mí era a una persona de carne y hueso. 

Teniendo en cuenta que estábamos en un cementerio, de madrugada y casi en pleno invierno polar, no era muy normal que a alguien se le ocurriese visitar a sus difuntos precisamente en aquel momento. Eso obviando, claro estaba, que la cancela del recinto se encontraba cerrada a cal y canto. Así que lo primero que pensé fue en aquel irritante individuo que me había visitado minutos antes. ¿Sería la persona que tenía justo delante de mí uno de sus secuaces?

—Estaría bien si dejaras de deslumbrarme con la maldita linterna —se atrevió a protestar sin contemplaciones—. No es muy agradable que digamos conversar con una pistola apuntándote y con un caño de luz dejándote ciega.

Sin bajar la guardia en ningún momento, tanteé con la mano izquierda el cuadro de luces y subí el último que me faltaba. No fueron sus palabras las que me llevaron a encender la luz de la cabina, sino mi interés por estudiar mejor a aquel intento de espía que tenía delante de mí.

Una nueva mujer se había cruzado en mi camino. Por si no tenía bastante con estar pensando en la verdadera identidad de mi vecina, otra representante del género femenino se añadía a mis preocupaciones.

Sus ojos rasgados y su piel de porcelana delataban sus raíces asiáticas. Sus facciones de apariencia delicada se veían endurecidas por aquel cabello azabache que le caía recto hasta la cintura. Sus labios teñidos de granate y su cazadora de cuero también contribuían a la creación de aquella apariencia intimidante y de poco de fiar.

—¿Qué te parece si ahora mejor contestas a mi pregunta? —le recordé sin mayores rodeos.

—Me gustan los tipos duros de roer —me confesó con una voz sensual e hipnotizante. 

“Genial, lo que me faltaba por escuchar esta noche”, murmuré con irritación para mis adentros.

Noté cómo su mirada me recorría de arriba a bajo sin el menor reparo.

—Nunca imaginé que Frontera fuera alguien como tú —dijo al fin mientras se metía las manos en los bolsillos de su cazadora como si mi autoridad le importara bien poco.

—No estoy de ánimo para andar con palabrerías, así que si no quieres recibir un balazo, mejor será que te limites a responder a lo que te he preguntado.

No había que ser muy listos para darse cuenta de que aquel día tenía el vaso de la paciencia a punto de rebosar, así que mejor no tentar a la suerte. Sin embargo, a aquella joven poco parecía importarle. Tuvo la desfachatez incluso de acercarse aún más a mi posición.

—Se acabó, no pienso tolerar más tu actitud —la amenacé a punto de apretar el gatillo.

Hubiera disparado de no ser porque ella también con un movimiento ágil extrajera otra arma de uno de sus bolsillos y me apuntara con determinación.

—Está bien, Frontera. Veo que ahora empezamos a entendernos mejor —su voz volvió a recuperar la seriedad del comienzo. No me cabía la menor duda de que sus anteriores intervenciones no habían sido más que para sacarme más de mis casillas y saber si hubiera sido capaz de dispararle o no.

Ahora era yo el que jugaba con desventaja. ¿Qué demonios hacía aquella mujer con una pistola idéntica a la mía? Un pensamiento invadió mi mente en aquel momento: ¿era ella una nueva vigilante?

 

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