Capítulo 33: Escondiéndose tras una falsa identidad

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CAPÍTULO 33: ESCONDIÉNDOSE TRAS UNA FALSA IDENTIDAD

Podemos cometer muchos errores en nuestras vidas, menos uno: aquel que nos destruye.

Paulo Coelho


Condujeron a Santillán a través de los inmensos pasillos del edificio que parecía no acabarse nunca. Ni siquiera le taparon la cabeza ni le maniataron. Eran conscientes de que si decidía huir, sus posibilidades de salir de allí rozaban el cero absoluto.

No se pronunció ni una sola palabra durante el camino. El único sonido que reverberaba contra las paredes era el de sus propios pasos y el roce de sus ropas.

Sr andaba un par de pasos por delante de él, tecleando con agilidad en una pantalla de grafeno del tamaño de su mano. Santillán intentó, con disimulo, acortar la distancia que los separaba para poder distinguir alguna palabra de lo estaba escribiendo con la esperanza de poder averiguar algo más sobre lo que querían que hiciese.

No supo si Sr se dio cuenta de sus intenciones o si simplemente había acabado de redactar el mensaje, pero el resultado fue el mismo: el hombre tocó la pantalla un par de veces y esta se plegó sobre sí misma, cerrando el dispositivo al completo. Lo guardó en el bolsillo de su pantalón y dirigió la vista hacia el frente, donde solo se podía distinguir una hilera de barras fluorescentes que podían deslumbrar a aquel que osara mirarlas fijamente.

En varias ocasiones estuvo a punto de preguntarles a dónde le llevaban pero sabía que lo único que recibiría como respuesta no serían más que evasivas.

Finalmente llegaron a una puerta de metal que tenía una pequeña pantalla sobre el pomo. El hombre que encabezaba aquel pequeño grupo se detuvo y esperó hasta que Sr se acercara para que él introdujera el código de desbloqueo.

Se escuchó un leve crujido, indicador de la correcta apertura de la puerta.

—Bienvenido a la zona oficial de mis agentes —habló Sr de repente girándose hacia él y dedicándole una amplia sonrisa.

Aquella parte se parecía más a un hotel de lujo que a un lugar de trabajo. A lado y a lado del corredor por el que pasaban iban encontrándose infinidad de puertas encabezadas por pequeños letreros en los que había grabados los nombres de los que aparentemente vivían allí. No seguían ningún orden alfabético y parecía que los nombres de mujeres y de hombres se intercalaban sin ningún orden. Santillán fue leyendo cada uno de aquellos letreros con la esperanza de encontrar alguno del de las cinco almas que habían aceptado aquel mismo contrato un día antes que él. Quizás si localizaba a alguno de ellos podría hacerles ver las horribles intenciones que aquel tipo tenía en mente y así empezar a formar una pequeña rebelión desde dentro.

La moqueta granate que cubría el pavimento de aquel infinito pasillo amortiguaba sus pasos y hacía su presencia allí prácticamente insonora. Tal era aquel silencio que Santillán temía incluso que ese improvisado plan que se le acaba de ocurrir y que le había hecho recuperar la ilusión por permanecer en aquel lugar estuviera gritando demasiado en su cabeza y Sr lo pudiera oír.

De repente sus acompañantes se detuvieron frente a una de aquellas puertas. Concretamente la que tenía como nombre el de Martín Olaya.

Santillán no supo cómo interpretar aquello. ¿Qué tenía él que ver con ese Martín? ¿Acaso iba a ser su compañero de misión o algo así?

—Bueno, Javier, desde ahora esta será tu nueva habitación —le comunicó Sr con una amabilidad como si de verdad le importase la comodidad de su invitado—. En este instante dejarás de llamarte Javier Santillán y todos te conocerán como Martín Olaya Rejón, tu nueva identidad.

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